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Las dipuvacías

El nacionalista es un tipo obsesivo, correoso, aburrido e irrecuperable

CÉSAR GAVELA

Miércoles, 9 de agosto 2017, 08:37

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El nacionalismo, ese peligroso gen excluyente, se suele preocupar mucho por asuntos que a la inmensa mayoría le importan muy poco. El nacionalista es un tipo obsesivo, correoso, aburrido e irrecuperable. Fanático de fondo, melifluo (a veces) en las formas. El nacionalista es un caso perdido; no tiene remedio. Y la sociedad lo único que puede hacer para neutralizar sus obsesiones es no votarlo. No hay otra solución. Y aun así. Porque, incluso votándole poco, el nacionalista sabe jugar muy bien con sus sufragios. Y ahí tenemos en la Comunidad Valenciana a los políticos de Compromís, que apenas lograron uno de cada cinco votos ciudadanos en las urnas de mayo de 2015, pero que dominan el discurso autonómico. Donde los socialistas son esencialmente acólitos. Aunque, en muchos casos, acólitos felices. Porque no son pocos los socialistas valencianos que también son nacionalistas.

Así las cosas, no hay mes en el que no surja una escaramuza identitaria. ¿Y qué sucede ahora? Pues parece que el gobierno regional, con la anuencia de algunos gerifaltes provinciales, quiere vaciar de contenido a las diputaciones dado que no está en sus manos hacer lo que tanto quisieran PSPV y Compromís: suprimir las provincias y, con ello, los odiados entes territoriales que las representan. Implantando, como neorrural alternativa, las comarcas catalanizantes, y convirtiendo el mapa de la comunidad en el propio de un pequeño estado, lleno de colorines, para dar sensación de pujanza cartográfica. De variedad uniformada bajo el discurso nacionalista. Ese que ve con tan comprensivos ojos todo el barullo loco que está sucediendo en Cataluña. Arrumbar las diputaciones al tiempo que se acaricia esa quimera a la que ningún buen nacionalista valenciano renuncia ni renunciará nunca: 'els països catalans'.

De momento, está en marcha el plan para vaciar de competencias a las Diputaciones. Es el primer paso rumbo a la liquidación de unos organismos públicos que duran casi doscientos años, y que han sido, en general, muy positivos para las personas. Que en esta tierra siguen definiéndose, por encima de todo, como alicantinos, castellonenses o valencianos de provincia antes que valencianos de nación. Con esta maniobra el Consell, sin pretenderlo, emula al bárbaro Maduro, pero en versión muy suave: el chavista inventó un parlamento falsario para quitarle las competencias al legítimo y aquí se busca dejar a las diputaciones sin tarea, aparcadas en la nada, convertirlas en fantasmas burocráticos. Es un objetivo que cogerá velocidad muy pronto. Porque ya estamos adentrándonos en la segunda parte de la legislatura y es el momento de intensificar el mensaje de la diferencia. Esperemos, en todo caso, que las cosas discurran con mesura. En Venezuela, desgraciadamente, ya no será así.

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