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Permítanme que hoy haga eso que nos gusta a los periodistas, hablar de 'nuestro libro'. Me resuena hace días en la cabeza la frase de un chaval después de que publicáramos una información sobre un proyecto solidario que impulsa. Me pedía si le podía pasar el enlace web de la noticia. Le contesté que se había publicado sólo en papel, que algunas cosas salen antes en la edición 'física', para cuidarla. «Ah, pensaba que antes era la web y luego el papel...», espetó con la tranquilidad de un convencido 'millennial'. Y yo no supe si chillarle o llorar cuál dinosaurio linotípico. O más bien pensé, que Dios nos pille confesados. A los medios y su oscuro futuro, pero sobre todo a la sociedad y su nula conciencia sobre el papel de la prensa. Con periódicos como este que lee, con más de siglo y medio de historia, las nuevas generaciones sólo piensan en binario, en digital y en información de consumo rápido. Lo del formato es lo de menos, yo es que soy un nostálgico. Pero detrás de todo subyace la impresión de que los medios son vistos por las nuevas generaciones como otro producto de ocio. Otro contenido que piratear. La última serie. Y luego abundan los mensajes de guasa por el cierre de Tiempo e Interviú. Que sus portadas desnudas estaban muy trasnochadas quizás sea cierto. Pero quedarse en la corteza de un titán mediático en el que los reporteros han quemado más suela que muchos profesionales de tuit de hoy en día y que ha levantado exclusivas sobre niños robados, el GAL o Gürtel es mofarse del servicio social del periodismo. Como si uno se ríe del vecino que advierte un día, y otro día, y otro de que la finca tiene grietas y se va a caer. Hasta que se cae. Y entonces la comunidad lamenta no haberle hecho más caso. Y comprueban que hubo un día que el vecino se fue, que nadie en Twitter les avisará ahora de secretos o futuras desgracias.

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