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Todos se conocen. Todos conspiran y, en caso de crimen, todos son sospechosos. Caballeros con cuellos almidonados que se ajustan los gemelos de la camisa mientras susurraban unas sospechosas indicaciones a una inquieta joven, peinada con un ondulado flequillo 'belle epoque'. Juegos deductivos en los que hasta los criminales más crueles encajan ser descubiertos con un resignado fruncir el ceño. Trenes que vuelven de Estambul, cruceros en el Nilo con trágicos secretos o invitaciones al té que terminan con una mancha de sangre en la alfombra de la biblioteca.

Ahora que se estrena una adaptación de 'Asesinato en el Orient Express' pueden ser lecturas instructivas para cualquier miembro del Consell de cara a lo que queda de legislatura con un pacto de gobierno en el que algunos equipos han conseguido disimular las costuras y otros, como el de Economía, han hecho de sus jaleos una fiesta del puñal y la pistola humeante.

Quizás habría sido una buena idea que, al asumir el cargo, además de la cartera se hubiera dado a cada conseller y alto cargo un tablero de Cluedo, para ir practicando. ¿Quién cometió el asesinato? ¿Pudo ser la señorita Amapola con el puñal en el patio, el coronel Rubio con la cuerda en el comedor, la señora Blanco con el candelabro en el vestíbulo, el padre Prado con la tubería en el observatorio astronómico o el profesor Mora con la llave inglesa en la cocina?

Según qué director general o secretario autonómico fuera alcanzado por el crimen, en más de una conselleria no se podría descartar la intervención de más de dos o hasta auténticos Fuente Ovejuna. El problema está en que, mientras se pierde el tiempo en análisis de pureza de sangre o midiendo al milímetro el trazado exacto de la linde, la tierra gira, las cosas pasan y el trabajo sigue sin hacer. De hecho, algunos departamentos no han levantado un gato por el rabo desde que 'el gobierno del cambio' todavía no había echado mano de los primeros recambios.

Se tardó un año en establecer el reparto de funciones en la conselleria de Rafael Climent y los efectos colaterales de aquel reparto hicieron que salieran con cajas destempladas dos responsables de Industria, entre ellos el director general. Además, la nómina de asuntos pendientes sigue prácticamente inamovible, como la definición del futuro de Feria Valencia entre pública o privada y la asunción de la deuda por parte del Consell, cuyo inicio de desatasco se vislumbró el viernes con un año de retraso.

Sin embargo, la palma se la llevan los horarios comerciales, con idas y venidas, reuniones y pleitos, acordes y desacuerdos que hicieron perder la cabeza a una secretaria autonómica y la paciencia a casi todos los implicados, que siguen deseosos de llegar de una vez por todas al final de la novela.

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