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MORIR DE SUEÑO

JOSÉ MARTÍ

Martes, 26 de septiembre 2017, 10:25

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Dicen que sarna con gusto no pica. Pero una cosa es la sarna y otra el sueño. A este paso, Tebas, ese personaje dudoso que sigue al frente de la Liga, va a lograr que los aficionados granotas nos durmamos por las esquinas por culpa de los horarios nocturnos de los partidos. No es agradable acostarse a las tantas cuando al día siguiente, laborable, hay que madrugar. El de anoche en el Villamarín sirve como ejemplo. ¿Tantos lo vieron en Asia un lunes? El partido aquí acabó tarde. A esas horas, entre unas cosas y otras, con la adrenalina por las nubes, resulta imposible conciliar el sueño hasta pasada la medianoche y de mala manera, en plan duermevela. Dicen que reír durante el día es lo mejor para dormir durante la noche. Pero hacerlo de noche provoca que el insomnio no deje de rondar tu almohada durante muchos minutos, por no decir horas, repasando el partido, las mejores jugadas, la clasificación, la próxima jornada... El jueves pasado, contra la Real, llegamos a casa al día siguiente del encuentro, niños en edad escolar incluidos, excitados con la urgencia de deleitarnos con los golazos de Chema y Bardhi en la tele repetidos una y otra vez. Dormimos pocas horas porque todavía los volvimos a visionar en el móvil, en el baño antes de dormir, y los repasamos luego en nuestra mente, ya en la cama. Demasiadas pocas horas si amaneces pronto. Es cierto que la emoción y la alegría de la goleada hacen que, aunque te arrastres a duras penas durante la jornada laboral, no se te borre la sonrisa de la cara. No vale la frase cursi «a tu lado no necesito dormir para soñar». No. Necesitamos dormir. Aunque seamos del Levante. El cuerpo no se alimenta de hipotéticos sueños europeos. La ventaja de pernoctar poco es que al despertar se suelen recordar los sueños, como si lo que acabas de vivir fuese real. Esa noche de la Real tuve un sueño. Subía a un taxi amarillo vestido con una gabardina estilo detective Colombo. Llovía a mares. Tras cerrar la puerta, le dije al conductor que siguiera al coche que teníamos delante. «Es cuestión de vida o muerte». El coche era un Renault 5 rojo, como el que tenía mi madre cuando era pequeño. Tras un rato de frenética persecución, el taxista se gira hacia el asiento de atrás y descubro sin sorprenderme que es Juan Ramón López Muñiz con su chaqueta blanca de anuncio de Martini, y me suelta -señalando al otro coche- un enigmático: «nunca podremos alcanzarlo, pero siempre tirará él las faltas». Aun así nos aproximamos al Renault y cuando estábamos a punto de alcanzarlo... me desperté. Quizá un final inacabado y enigmático sea el mejor final que existe. Una cosa es evidente: siempre tirará él las faltas. Sin duda. Menudo fenómeno Bardhi. Tebas podrá matarnos de sueño, pero no conseguirá que dejemos de soñar. O no.

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