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Los mitos

JUAN GÓMEZ-JURADO

Sábado, 30 de septiembre 2017, 10:38

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Hacia 7000 a. C. se establece la primera ciudad que conocemos, Çatalhöyük, en Anatolia, que contaba entre 5.000 y 10.000 habitantes. Luego vendrán Sumeria, Babilonia, Egipto, Roma y la dinastía Qin, con sus cuarenta millones de súbditos. Imperios posibles gracias a la invención del mito más poderoso de la historia de la humanidad, el único superior al mito religioso. El único que permite a dos extraños de culturas y razas desconocidas, cuyos reyes o dioses pueden ser incluso enemigos, colaborar juntos: el dinero.

El dinero solo es uno de tantos mitos que los humanos inventamos para poder confiar los unos en los otros, para que completos desconocidos puedan colaborar en un propósito común, porque ambos creen en el mismo mito. Algunos de los mitos más exitosos (positivos o negativos) de la historia de la humanidad son: Dios, el dólar, los Derechos Humanos, la superioridad de la raza aria, el Real Madrid, las sociedades anónimas, el feminismo, Apple, la justicia o el amor romántico.

Uno no puede pedir cuarto y mitad de Dios, de derechos humanos, de Real Madrid, de justicia o de feminismo igual que pide cuarto y mitad de mortadela. Puedes, efectivamente, tener un billete de un dólar, pero sin el mito asociado a él, ese billete es igual de válido que un trozo de papel higiénico.

Si pago más por un iPhone que por un teléfono de la competencia es porque he elegido creer en el mito de que Apple es mejor, al igual que creo firmemente en los Derechos Humanos y el feminismo, y abomino de la superioridad de la raza aria o de cualquier otra.

La indisolubilidad entre el ser humano y los mitos no es buena o mala por sí misma. Es simplemente lo que nos ha permitido triunfar como especie. Elegir creer juntos en mejores mitos es lo que nos hace superiores a los animales, a los instintos primarios y a la biología. Por desgracia, es una capacidad que puede ser muy sencillamente manipulada, cuando alguien sabe diseñar mitos concretos. Para ello los hace pasar siempre como algo natural e inevitable.

Pero, como muy bien sostiene Harari en su libro Sapiens, un orden natural es un orden estable. No hay ninguna probabilidad de que la gravedad deje de funcionar mañana, aunque la gente deje de creer en ella. Por el contrario, un orden imaginado se halla siempre en peligro de desmoronarse, porque depende de mitos, y los mitos se desvanecen cuando la gente deja de creer en ellos. Con el fin de salvaguardar un orden imaginado, o de sustituirlo por otro que convenga a otros diferentes es obligado realizar esfuerzos continuos y tenaces, algunos de los cuales derivan en violencia y coerción. Y al final, los que marchan detrás de la bandera, que no es sino el más fabricado de los mitos, se comportan como hinchas de un partido de fútbol, tan absolutamente convencidos de la verdad de su causa -y tan absolutamente equivocados- como los de enfrente.

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