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Los pepinazos atómicos sobre Japón provocaron el miedo nuclear que, poco después, fructificó en el monstruo Godzilla. Quizá el miedo atómico fue el primer gran miedo que conmocionó nuestra moderna sociedad. La tierra corría el riesgo de convertirse en un páramo sin vida por culpa de las bombas H. Y acaso en ese trance nos apuntamos a los miedos, al eterno pavor, porque desde entonces asuntos tenebrosos agazapados en el horizonte nos inquietan cada mañana.

La carrera espacial provocó el miedo a la invasión extrarrestre. Que vienen los marcianos con sus rayos láser para abducirnos y enchufarnos cables por el ojete y todo eso. Pero los miedos se sofisticaron, se tornaron más sutiles, más siniestros, más ponzoñosos. Así, estalló el temor a incurrir en lo políticamente incorrecto y sufrir los ataques de ruido y furia por parte de los puretas de la aplastante corrección. Que se lo pregunten a la Deneuve. Por si fuera poco, desde hace semanas, nos advierten empleando seriedad de Inquisición acerca de una nueva burbuja inmobiliaria que cercenará la escasa recuperación que salpica ciertos bolsillos. Ah, la burbuja ladina emboscada tras una esquina aguardando el momento de mordernos la nuca para desangrarnos justo cuando irrumpían algunas ilusiones. La burbuja, sí, al loro con ella. Avanza implacable y su contorno de ectoplasma nos engulle como esa hiena destroza la carroña. Pero, a lo mejor, algún día aprenderemos a vivir/sobrevivir sin la necesidad de ese miedo serpenteando entre nuestros tobillos. El miedo, esa sensación de inseguridad permanente, nos mantiene enganchados desde que la zapatilla de nuestra madre impactó contra nuestras infantiles nalgas. Pues menos miedos, Caperucita. Miedo tiene el PP frente al subidón de Ciudadanos. Ellos sí tienen motivos ante el canguelo de perder empleo y sueldo.

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