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La ideología llevada hasta sus últimas consecuencias. Que arda Roma. Puigdemont y sus secuaces nos demuestran a diario lo poco que les importa la gobernabilidad de esa Cataluña que idolatran. Su único objetivo es la fantasía republicana que han ido construyendo en su imaginación, a costa de lo que sea. No hay más problema en Cataluña, tienen los catalanes todos sus asuntos resueltos, no hay paro, ni listas de espera, ni barracones, ni infraestructuras obsoletas, ni dependientes a los que no llega la asistencia, no, todo se reduce a independencia sí o sí. Y si para ello hay que echar mano de la táctica de tierra quemada, pues adelante. No pasa nada porque miles de empresas huyan a otras partes de España, preferentemente a Madrid, no pasa nada porque los bancos hayan trasladado su sede social fuera de Barcelona, no pasa nada porque la inversión extranjera haya caído en picado, no pasa nada porque el número de turistas haya descendido vertiginosamente, no pasa nada porque la tristeza, la melancolía que invade a gran parte de la población haya provocado una disminución de ventas en comercios y en consumo de ocio. No pasa nada, todo sea por la causa de la república catalana.

Desgraciadamente, el germen de la irresponsabilidad nacionalista ha fructificado en la Comunitat Valenciana. Que unos cargos públicos de Compromís (recuerdo, partido de gobierno) se dediquen a montar una campaña orquestada contra una gran empresa valenciana que da empleo a 14.000 personas porque el etiquetado de sus productos va a ser sólo en castellano es también la evidencia clara de que lo que de verdad les interesa no es el futuro de este territorio y de sus habitante sino la imposición lingüística del valenciano como herramienta de construcción nacional. Les ha traído al fresco el perjuicio que pudieran causar a Consum, a sus miles de empleados, no les han interesado las razones evidentes de la empresa (si trabajamos fuera de la Comunitat, es lógico que etiquetemos en castellano, otra cosa es la cartelería y las comunicaciones dentro de Valencia, donde sí que empleamos el valenciano), todo lo han sacrificado con tal de hacer ver su enorme disgusto, su gran decepción por una medida lógica y acertada. Frente a la altura de miras de los hombres de Estado, el cerrilismo localista y sectario del nacionalista ultramontano. Puigdemont es un irresponsable, los políticos que le siguen el juego, también, y en la Comunitat Valenciana tienen unos cuantos imitadores que por medio de las redes sociales (ésas que algunos ahora maltratados por ellas tanto valoraban y admiraban...) ajustan cuentas al más puro estilo de los nazis años treinta con los judíos, señalando al que no es racialmente puro o al que, en nuestro caso, no habla en valenciano.

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