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En esta loca sociedad que nos lleva al estrés y a la precipitación, la nueva moda es la meditación para calmar la ansiedad o el yoga para armonizar cuerpo y mente. A mí me ha dado por pensar. Y para ello utilizo los tiempos muertos que me brindan Ribó y Grezzi. Gracias. Lo hago en la V-30. La famosa ampliación del vial planteada por el Ministerio de Fomento y que ha sido frontalmente criticada por el Ayuntamiento de Valencia. Ya sabemos que todo lo que huele a coche en el gobierno municipal no es recibido con agrado. Atrapado en los continuos atascos reflexiono sobre lo humano y lo divino. Bueno, pues salgo de casa y me voy hacia Alboraya para coger la V-21. Seguro que no me da tiempo ni de pensar sobre el próximo rival del Valencia. Pues atasco al canto. ¿También este acceso a la tercera ciudad de España se colapsa? Pues sí. Aquí, además, se da la curiosidad de que el Gobierno quiere invertir 30 millones y el Ayuntamiento pone pegas. Y lo hace ocho años después de aprobarse el proyecto y haber pasado todas las bendiciones ambientales de protección a la huerta. Vale, me voy por el centro de la ciudad. Pues en los semáforos puedo recitar en verso el Quijote y aún me sobra tiempo. Los cambios en la regulación semafórica provocan parones en itinerarios donde antes se circulaba con fluidez, se ha restringido la velocidad a 30 por hora en muchas calles y se han eliminado plazas de aparcamiento. Lo tengo claro. Cogeré el autobús. Servicio público, como quiere el concejal de Movilidad. Le voy a hacer caso. A sus pies. Pues mientras espero mi número me hago más viejo. Porque el Consistorio no prevé incrementar el número de autobuses para mejorar las frecuencias de paso, sino que incluso apuesta por reducirlo en el centro. Necesito pensar. ¿Dónde están las llaves del coche?

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