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La lamentable ocupación americana de la española isla de Guam

ÁNGEL MANUEL ADÁN GARCÍA CORONEL (R)

Martes, 15 de agosto 2017, 10:29

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El archipiélago de las Marianas fue descubierto por Magallanes en 1521. Los nativos recibieron a los españoles como mercaderes y al ver el hierro existente en sus naves lo robaron en cuanto pudieron. Este hecho motivó que Magallanes denominara al archipiélago 'Islas de los Ladrones'. En 1668 el jesuita español Diego Luis de San Vitore inició la evangelización del archipiélago y cambió su nombre por el de 'islas Marianas' en recuerdo de la reina Mariana de Austria, viuda del rey de España Felipe IV.

Guam es la isla de mayor dimensión y más meridional del archipiélago. En 1898 contaba con una población de 8.069 habitantes cuya mayor parte vivían en su capital, Agaña (5.974). Los nativos, llamados 'chamorros', que en su lengua quiere decir 'amigos', se dedicaban a la agricultura y la pesca; por su situación, clima y el abrigo que proporcionaba su puerto San Luis de Apra, especialmente para el Galeón de Manila.

En Guam no se había recibido información alguna de la guerra que mantenía España con EE UU en Filipinas. La isla permanecía ajena al conflicto y contaba con un pequeño destacamento de tropas indígenas de Artillería e Infantería de Marina. En total 54 soldados mandados por dos alféreces de Infantería de Marina españoles.

El lunes 20 de junio de 1898 una flota norteamericana formada por el crucero protegido de 4.400 toneladas 'Charleston' y tres trasatlánticos para el transporte de una División de 5.000 hombres se presentó ante el puerto.

El crucero 'Charleston', al mando del capitán Glass, efectuó sin previo aviso trece cañonazos contra un fortín abandonado situado en las inmediaciones del puerto. Los disparos, que no causaron daños, fueron interpretados por las autoridades isleñas como las salvas de ordenanza que el saludo protocolario exigía a la llegada de un buque de guerra extranjero a la plaza. Desde el puerto se distinguió una bandera española izada en la cofa de la popa del crucero. Las 'salvas' y la bandera española eran signos inequívocos de una visita de cortesía.

Ante la presencia de los buques americanos, el capitán del puerto, teniente de navío don Francisco García, remitió con urgencia una nota al gobernador de la isla, teniente coronel de Infantería don Juan Marina, indicándole que entraba una escuadra americana en el puerto y que había hecho los disparos de ordenanza a la plaza y añadía: «Disculparé a V. E. por no contestar a las salvas de saludo».

El bote de dotación de la Capitanía del Puerto, con cuatro marineros indígenas, el teniente de navío acompañado por el médico militar don José Romero, que hablaba correctamente inglés, ambos de uniforme, y tres notables paisanos de la isla, se dirigió al buque americano para cumplimentar al comandante americano siguiendo el protocolo. Al llegar al crucero y tras los saludos protocolarios, su comandante les informó de que Estados Unidos y España estaban en guerra desde el 21 de abril y que el primero de mayo la escuadra española en Filipinas había sido echada a pique en el combate naval de Cavite. Su presencia en el puerto era para cumplir la orden de su gobierno de tomar posesión de la isla. Después de conocer que la isla no tenía fortificaciones activadas de ningún género, sólo viejos fuertes abandonados y en ruinas, ordenó que comunicaran al gobernador de la isla que de inmediato celebraría una entrevista con él a bordo del crucero. También les aclaró que los disparos efectuados lo fueron con munición de guerra sobre el fuerte de Santa Cruz como advertencia disuasoria.

Conocido por el gobernador lo acaecido en el barco americano, su fuerte carácter y amor propio le llevó a no aceptar la 'invitación' del comandante americano de trasladarse al buque y redactó una carta en la que se disculpaba por no hacerlo al impedírselo su deber como militar y ofreciéndole celebrarla en tierra. En contestación verbal, el comandante americano transmitió que aceptaba la propuesta pero que debía celebrarse al día siguiente entre las nueve y las diez de la mañana en que él, o un oficial de su confianza y con amplios poderes, llevarían las instrucciones para la reunión.

Esa misma tarde el gobernador convocó a consejo a todos los oficiales de la guarnición. Estudiada la situación militar de la isla, los medios de defensa disponibles en el parque de artillería y oída la opinión de todos los asistentes, el gobernador tomó la decisión más oportuna en su espíritu y honor de evitar derramamiento de sangre. Dio las gracias a todos por su lealtad y buen espíritu y procedió a levantar acta de todo lo acordado.

A las nueve y media del día siguiente un bote del crucero con la bandera de Estados Unidos en la popa y una bandera blanca en la proa llego al puerto. El personal militar español esperaba su llegada. El tercer comandante del 'Charleston', comisionado americano con poderes, entregó al tomar tierra al gobernador la comunicación siguiente: «En contestación a su atenta carta de ayer, tengo el honor de informaros de que, cumpliendo las órdenes de mi gobierno, os intimo la rendición de la isla, así como la de toda persona de carácter militar al servicio de España que resida en aquella, en el término de media hora. Respectfully, Capt. H. Glass. U.S.N.» Recibida la misiva, le informó de que tenía treinta minutos para contestarla.

El gobernador español redactó de inmediato la contestación en los términos siguientes: Que sin medio alguno de defensa, sin provisiones ni municiones en la isla y sin conocimiento por el Gobierno de España de la guerra entre los dos países, se veía obligado a aceptar la rendición que se le intimaba, bien que protestando por el acto de fuerza que se llevaba a cabo. Simultáneamente dio órdenes para que se hiciera cargo del gobierno de la isla el administrador de la Hacienda Pública.

Las tropas españolas se concentraron en el puerto para entregar banderas, armas y municiones. El gobernador y todos los oficiales españoles quedaron prisioneros y trasladados a bordo del crucero americano. Una compañía del Regimiento de 'Oregón' desembarcó e izó la bandera norteamericana en el ruinoso fuerte de Santa Cruz. En aquella tarde del 21 de junio los prisioneros españoles en el crucero americano tuvieron que soportar las reglamentarias 21 salvas de ordenanza y los ¡hurras! por la 'conquista' de Guam, que de forma tan inesperada como singular había dejado de ser España.

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