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Urgente Supermercados abiertos este Viernes Santo en Valencia: Horarios especiales

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El cruel hachazo de la crisis nos dejó perplejos y con esa faz de no entender nada. ¿Cómo? ¿Entonces no éramos ricos? Naturalmente, más allá de la perfidia de las cajas de ahorro, los bancos y los chiringuitos financieros que, en realidad, sólo se aprovecharon de nuestra codicia, convenía encontrar un culpable tangible, y disparamos nuestros temores y resentimientos contra el ladrillo. Los balances ópacos de una entidad financiera forman parte de la oscuridad de las covachuelas de la pasta, por eso resultan tan farragosos como difusos. Sin embargo el ladrillo... Ah, el ladrillo se ve, se palpa, incluso se mastica. Urbanizaciones fantasma, moles a medio construir, torres de pisos vacíos. Y justo delante de nuestros ojos llorosos. El ladrillo fue el culpable de nuestras desdichas. No importó que muchos paisanos jugasen a pequeño especulador comprando y revendiendo con pingüe beneficio una y otra vez. No interesó cuando alguna voz avisaba sobre el desacato. El ladrillo fue el gran culpable y nosotros seres puros e inocentes que sucumbimos ante su trampa de cemento y hormigón. Pero todo vuelve en esta vida como aquel primer amor de verano, y tal que así, de nuevo brotan las grúas metálicas anunciando ladrillos frescos y uno, qué quieren, católico y sentimental, no puede sino derramar unas lagrimillas de la emoción. Si vuelve el ladrillo es que, en efecto, la crisis se bate en retirada. En las novelas vampíricas recurren a la sentencia de «la sangre es vida». En nuestra moderna sociedad, ya que hemos sido incapaces de cambiar el modelo productivo, será correcto apuntar que «el ladrillo es vida». Porque bajo la sombra ladrillera se venden lámparas, colchones, puertas, muebles, electrodomésticos, ascensores, videoporteros, tuberías, etc, etc... El ladrillo es y será nuestro chupasangre favorito.

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