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JUGAR A PELOTA EN NUEVA YORK

JUGAR A PELOTA EN NUEVA YORK

La cantina ·

Los irlandeses llevaron el 'handball' y ahora se practica por toda la ciudad. Joe Durso fue el Genovés de Coney Island

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Domingo, 20 de mayo 2018, 08:20

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Mi amigo Juanito siempre anda rebuscando historias por revistas de medio mundo. El otro día me mandó 'Victory Journal' y allí encontré un reportaje de Bud Schmeling y Rachel Liebling sobre el 'handball', lo que aquí han bautizado como 'one wall' y que no es otra cosa que un frontón de una sola pared. Esta es muy probablemente la modalidad de pelota a mano con mayor número de practicantes. Aún así, más que insuficiente para fantasear, como hacen en voz alta Alberto Soldado, el presidente de la Confederación Internacional de pelota a mano, y alguno más con la posibilidad de que la pelota pueda ser olímpica alguna vez. Es imposible a medio plazo. Eso no lo veremos ni él ni yo ni sus hijos.

El artículo empieza citando los orígenes de la pelota a mano que aparecen en 'History of handball', la obra de Tom O'Connor, quien asegura que la primera mención que se puede encontrar de este juego es 2.000 años antes de Cristo, en Egipto. Los sacerdotes del Templo de Osiris en Tebas fueron representados en las tumbas golpeando la pelota con la mano. O cómo Alejandro Magno lo extendió por las colonias griegas y la península de los Apeninos. O su presencia en Escocia en el siglo XV con el rey Jacobo I convertido en un fanático. Un entretenimiento para los aristócratas en el Londres del XVIII y su desembarco en Estados Unidos de la mano de los irlandeses. También entró por el sur, donde los españoles lo llevaron por Sudamérica.

El handball caló en Nueva York y a principios del siglo XX era corriente ver jugar a la gente en las playas del sur de Brooklyn, en Coney Island, donde aprovechaban los muros de los muelles cuando bajaba la marea.

Charles Keene construyó una cancha privada en 1909 y a partir de entonces, fundamentalmente desde los años 30, comenzaron a florecer por los cinco barrios de la ciudad de Nueva York. Se convirtió en un juego de la calle muy popular entre las comunidades de italianos y, sobre todo, judíos. Nombres como Vic Hershkowitz o Moe Orenstein se hicieron célebres.

Hoy en día hay más de dos mil canchas en la ciudad y es fácil adivinar quién fue el Genovés del handball. El 'New York Times' ha dedicado algunos artículos a Joe Durso, un pelotari con una planta colosal que asegura que su deporte es como una especie de tenis para salvajes. Lo definen como un gigante entre pigmeos por su estatura y su superioridad en los frontones de Coney Island, donde imponía su ley a la sombra de una vieja montaña rusa llamada 'Cyclone'.

Durso se quejaba hace décadas de que era el mejor del mundo en algo que no conocía nadie. Un lamento que yo ya escuché en los primeros Mundiales de pelota a mano, cuando la selección valenciana de llargues derrotaba a belgas, holandeses y demás países.

A los 58 años seguía jugando e intentando humillar a los jovencitos que se atrevían a desafiarle. A veces hasta se medían solo con la zurda y apostándose 10 'pavos' por cada juego. Nada que no hayamos visto en un trinquete.

Puchol II, acompañado por Domingo Palacio y Agustín Larre -los dos pilares de Pilota 3.0 y dos cabezas que siempre están pensado cómo modernizar este deporte demasiado anclado en el pasado-, estuvo en Nueva York hace medio año para enfrentarse a Timbo, el actual número uno del handball. El valenciano salió trasquilado del frontón pero seguro que aquello le enriqueció.

Hace unos años murió Jerome Liebling, quien de adolescente quedó cautivado por este deporte. Liebling era fotógrafo y le encantaba retratar el Nueva York más mundano. A menudo se adentraba por las calles de Bensonhurst, en Brooklyn, como haría más tarde en Miami Beach, para buscar con su objetivo a aquellos hombres que practicaban ese juego frenético en el que dos o cuatro deportistas golpeaban una pelotita de plástico con las manos enguantadas.

Liebling, como nuestro Txema Rodríguez en los trinquetes, se enamoró de la pelota y supo retratar como nadie a esos jugadores que en los meses cálidos se descamisaban para jugar una partida apostándose unos dólares. En su libro titulado 'The people, yes' explicaba el gran éxito de este deporte, aquí y allá, que lo ha hecho universal. «Todo lo que necesitas para jugar es una pelota de goma, una calle y una pared; el dominio de la técnica y el placer son gratuitos».

¿Y qué más da si nunca llega a ser olímpico?

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