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Habanera por la libertad

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El nuevo presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, tiene ante sí el reto de llevar mayor bienestar y apertura para su pueblo. El combate es ahora traer la democracia sin adjetivos

PEDRO LOZANO BARTOLOZZICATEDRÁTICO EMÉRITO DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA

Viernes, 20 de abril 2018, 12:57

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Los comentarios mediáticos han sido bastante coincidentes y esperados. No podían resultar de otra forma. Nadie imaginaba sorpresas en este relevo anunciado y controlado. Es verdad que Miguel Díaz-Canel no se apellida Castro, pero no puede hablarse de un castrismo sin Castro, porque el propio Raúl se sitúa como una especie de guardián emérito de la revolución, desde el control del Partido Comunista hasta el próximo congreso de 2021, por lo menos. También su hijo, el coronel Alejandro Castro, dirige los servicios de inteligencia y contrainteligencia del Estado.

Cuando se celebraron las elecciones el pasado 11 de marzo y se designaron los 605 diputados, las intervenciones de los principales mandatarios confirmaron que por primera vez en seis décadas ningún miembro de la dinastía Castro se situaría al frente del Gobierno. Hay palabras que siempre resultan obligatorias de invocar en este tipo de situaciones de 'cambio tranquilo'. Ya se sabe la retahíla: cambio generacional, transición, renovación pero con fidelidad a los principios, apertura económica, deshielo en las relaciones exteriores, gestión pragmática y caras nuevas para ofrecer una imagen distinta de un régimen como es «la genuina y autóctona democracia cubana».

La importancia de los relevos generacionales en la evolución histórica ya fue destacada por Ortega y Gasset. No es algo que pueda extrañar, por ser ley de vida. Lo más esencial es plantearse la oportunidad o humorada del dicho popular; «aunque la mona se vista de seda mona se queda». Y también después de comparar la foto de Raúl con su uniforme militar y la de Díaz-Canel con una especie de guayabera blanca, recordar aquel otro refrán de que «el hábito no hace al monje».

Miguel Díaz-Canel, biznieto de asturianos, primer vicepresidente del consejo de Estado, era por tanto, un destacado miembro de la 'nomenklatura caribeña', si se puede calificar así su ubicación en los círculos del poder político. Pronto cumplirá 58 años, es ingeniero electrónico, por lo tanto un civil y un universitario, que no había nacido aún cuando triunfó la revolución de Fidel. Se le ha empezado a comparar con el líder chino, Xi Jinping, y no falta algún otro augur más osado que murmura con voz queda que puede ser el Gorvachov de una perestroika cautelosa. O un nuevo Adolfo Suárez.

La agenda de tareas que espera a Díaz-Canel es, en parte predecible, teniendo presente la ruta iniciada por Raúl Castro. Está marcada por continuar las reformas puestas en marcha en 2008, como permitir que los cubanos pudieran hospedarse en los hoteles, tuvieran móviles y ordenadores, el acceso a propiedades campesinas y cooperativas, el trabajo por cuenta propia, la compra venta de vehículos y el facilitar los viajes.

Díaz-Canel, en su mandato de cinco años renovables por otros cinco, es muy posible que plantee una nueva Constitución sin renunciar al continuismo. Se trata de un dilema nada fácil, una especie de cuadratura del círculo, si no se abre al pluripartidismo. También deberá revitalizar la economía, inclinándose a un modelo de mercado como se ha hecho en China, sujetar las élites burocráticas y los mandos militares, además de la unificación monetaria. Conviene tener en cuenta el ecosistema político y económico internacional de este encrespado mundo global, que ve cómo se abren peligrosas grietas tectónicas en las relaciones cada vez más tensionadas entre las potencias.

Si Raúl consiguió entenderse con Obama, el nuevo líder cubano choca con un interlocutor mucho más difícil, Donal Trump. La distensión y el fin del bloqueo son objetivos tan insoslayables como inasequibles. En este escenario se juzgará la capacidad de Díez-Canel como estadista. Y nos quedan las preguntas de oro: ¿qué posición adoptará el exilio cubano? ¿Y los otros opositores y cubanos que piden una democracia sin adjetivos ni populismos en la isla? Cuba ocupa una situación geoestratégica privilegiada, frente a las costas de Florida y de Centroamérica. Es un gigantesco portaaviones en el Caribe. Durante el imperio español fue la base principal para las expediciones de descubridores y conquistadores.

Miguel Díaz-Canel tiene que desenvolverse por añadidura en el escenario del ciberespacio, de las redes sociales y del acoso de los periodistas, que tendemos por oficio a recelar de quienes detentan el poder, a ser críticos, aunque no siempre con la misma vara de medir, cosa que honestamente debemos confesar.

El nombre de Cuba y de su rompedora e ilusionante revolución contra la dictadura de Batista despertó en quienes entonces éramos jóvenes una simpatía utópica, que tristemente vimos naufragar con una especie de frustración compartida. Un desencanto como si algún pirata hubiera robado el cofre con el tesoro que Fidel parecía tener. Cofre que al abrirse se vio estaba vacío. El mundo y especialmente quienes nos sentimos más cerca de Cuba volvemos a mirar con interés incluso por qué no decirlo, con ilusión, la etapa que ahora el destino pone en manos de un hombre joven, universitario y que ya no viste el uniforme verde oliva de los luchadores en Sierra Maestra. El combate es ahora otro. Traer la democracia sin adjetivos. Es verdad que el nuevo presidente se ha comportado en su trayectoria política con innegable ortodoxia. No es un advenedizo, ni alardea encabezar aventuras ideológicas, pero resulta evidente que los nuevos tiempos exigen mayor bienestar y apertura para el pueblo. La antigua isla bautizada Juana, en honor de la hija de los Reyes Católica, la perla de las Antillas, merece cantar la habanera de la libertad.

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