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Urgente Aemet avisa de un inminente cambio de temperaturas en la Comunitat Valenciana

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Jamás imaginé que la actualidad nos proporcionaría momentos de semejante hilaridad. Nuestro estado de ánimo varía cada jornada, qué digo, cada hora, según la velocidad que adquiere la vagoneta de la montaña rusa sobre la que viajamos. La matraca nos produce hastío por la eterna repetición que nos ha incrustado en un bucle, pero luego, zas, estalla otro sorpresón y entonces nos arrodillamos, levantamos nuestra mirada hacia el cielo, unimos nuestras manos en actitud implorante y susurramos la mar de píos, aunque seamos agnósticos, eso de «por favor, por favor, Dios mío, que siga la fiesta porque esto es fabuloso...». De hecho sospecho que sentiremos un vacío profundo cuando todo termine. No descarto sufrir síndrome de abstinencia cuando la romería se extinga porque, sin duda, regresar a nuestras pendientes corrupciones diarias de Gürtel y derivados, a los chanchullos habituales como el de ese jefecillo de Izquierda Unida que marchó gozoso a Cuba con el dinero de los contribuyentes, a la pésima gestión de pura rutina y mediocridad por parte de nuestros líderes, no cubrirá las cotas dadaístas que nos sacuden estos días. Ni Mortadelo y Filemón, ni el genial Vázquez autor de la Familia Cebolleta, ni los hermanos Marx, ni Faemino y Cansado, ni Tip, ni Chiquito, ni los manchegos Chanantes. Nadie como Puigdemont evolucionando las esencias del absurdo más genuino. Ningún maestro del humor de ayer, hoy y siempre podrá acercarse al guión escapista desarrollado por Puigdemont y sus cinco bravos consellers emulando a los tipos broncos de aquel grupo salvaje capitaneado por William Holden mientras cabalgaban hacia Méjico, esa tierra prometida, para huir de los pasmas del ferrocarril que les perseguían sañudos. Que no le detengan, Puigdemont en Bélgica puede depararnos grandes satisfacciones.

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