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Aquellas gasolineras de viejos surtidores pespunteados de óxido jugaron un papel importante en nuestro querido «cine quinqui», racial exponente protagonizado por una mocedad atrapada en las garras del paraíso infernal de la heroína. Quizá el director más recordado sea Eloy de la Iglesia, el autor de 'El pico', y entre los actores, chicos bajo el influjo de la ley de calle, no olvidamos a José Luís Manzano y al Pirri. Ambos fallecieron por sobredosis. Los límites entre aquel cine quinqui y la vida real nunca se establecieron, por eso forjaron una argamasa de muerte cierta y ficción cruel.

La gasolinera, pues, adquirió contorno de tosco fortín urbano, de estación de paso, de oasis donde el forajido hidrataba sus heridas. La gasolinera y el estanco. Pero como hoy lo de fumar supone una agresión intolerable a la sociedad, resulta extravagante detectar a Puigdemont y a los suyos efectuando una paradiña para repostar tabaco, de ahí que les detuviesen en una gasolinera. Tras cinco meses de fuga a Puigdemont le han trincado en una gasolinera alemana y esto le convierte en el penúltimo quinqui del independentismo porque del tufo a gasofa siempre mana cierto perfume macarra. Al mártir de la causa los alemanes, gracias a la información del CNI, le han otorgado un perfil de Pirri que huye para conseguir ese chute que le alivie el monazo. El independentismo también engancha por lo que tiene de droga sentimental, y por eso tarde o temprano cometes errores. Necesitaba Puigdemont otro viaje para recibir absurda coba allá en Finlandia y descuidó su protección. O eso o que ya estaba, el hombre, un poco harto del muermo en Bruselas y prefirió arriesgar, que lo de chupar carretera acompañado por el séquito distrae el corazón. La gasolinera convertida en la ratonera del fugado. Nuestro cine quinqui ya lo sabía.

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