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Rompí el reglamentario y reparador encierro del fin de semana para agenciarme alimento espiritual del que hidrata las vísceras íntimas. Me sorprendió ver tanta gente por la calle. No parecían caminar hacia un destino concreto, más bien paseaban como lentas y severas gabarras cargadas de carbón sobre un canal fluvial de, pongamos, Austria.

Casi a la altura de la plaza de toros detecté un joven mendigo con perro. Estaba sentado tranquilamente sobre una estera roñosa mientras leía. Me fijé en la desgastada solapa del libro que sujetaba. Estaba escrita en alemán, no les puedo decir más. Me fascinó toparme en pleno centro de Valencia a un joven pedigüeño, presunto alemán, tan enfrascado por una prosa teutona. Lo de la lectura me conmovió y justo cuando le iba a aflojar suculenta calderilla se me disparó le sesera y pensé que vaya, que un momento, que ese tipo gastaba bastante morro allí leyendo tan relajado... Decidí posponer mi limosna para cuando regresase, si es que la merecía. No tardé en alcanzar mi destino. Primera parada y primeras compras: el Montaigne de Stefan Zweig y un doble vinilo de Thelonious Monk con John Coltrane de una grabación en el Carnegie Hall. Satisfecho antes esas viandas que nutren el alma, regresé. Entonces, cerca del alemán mendicante, sonaba la triste guitarra de un músico de asfalto. ¿A quién soltar mosca? ¿Al lector o al conato de guitarrista? Como estaba contento, qué leches, ambos recibieron jugosas monedas. Seguí atravesando la ciudad. Segunda parada y más compras: pillé en una tienda de la calle Ruzafa el dividí de la película 'Excelentísimos cadáveres', con el formidable Líno Ventura de protagonista. Qué gozo. De esa guisa, pletórico de ánimo retorné a casa. Calculé la pasta desembolsada. Callejear a tiro fijo sale por un pico... Lástima que pasear me aburra...

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