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REUTERS/Thomas Peter
Europa en llamas

Europa en llamas

FERNANDO MILLÁN PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN BLASCO IBÁÑEZ

Jueves, 9 de noviembre 2017, 10:31

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El lamentable espectáculo ofrecido en los últimos tiempos por el separatismo catalán -las urnas andando por las calles a la búsqueda de un voto para el referéndum que nunca fue referéndum, la declaración de independencia suspendida de inmediato, la huida hacia el corazón de Europa del presidente de una República que nunca existió-, cobra su real significado cuando voces autorizadas anuncian, públicamente, que nos hallamos ante el primer movimiento de un plan estratégico nacido en las orillas del rio Moscova, y que tiene como último propósito la desestabilización de la Europa comunitaria y el fracaso de su unión política.

En este contexto entendemos mejor lo ocurrido en Cataluña. El primer acto de la tragicomedia se ha saldado con un aparente triunfo de los organizadores del plan. La burguesía catalana independentista se ha fundido con las clases medias aparentemente progresistas y con el anarquismo más violento para fracturar a la sociedad catalana y para poner en jaque al Gobierno español. El problema se ha internacionalizado con el apoyo de los independentistas de Flandes, objetivo de la huida de Puigdemont, y con el eterno lamento de los pacifistas que claman por la libertad de unos golpistas, justamente encarcelados, que de ser de signo político distinto serían tachados de fascistas.

Tal vez con lo que no contaban los golpistas era con la firme reacción de una gran parte de la sociedad catalana que ha salido a la calle para denunciarlos; tal vez lo que no esperaban los separatistas es la respuesta de una sociedad española que se ha puesto en pie para defender su democracia, la Constitución y su progreso. Tal vez lo que no creían los cerebros de la trama era el unánime rechazo de todas las autoridades europeas del complot urdido; tal vez nunca adivinaron que ninguna potencia mundial se atreviese a declarar su adhesión a la república catalana.

Pero el primer paso está dado, 'el problema catalán', y la primera hoguera encendida en el flanco occidental de la Europa unida. Un primer fuego al que sin duda seguirán los que ya están preparados: la Lombardía en Italia, Córcega y Occitania en Francia, Escocia en la Gran Bretaña, Baviera en Alemania y una Bélgica siempre zozobrante entre la unidad soñada y la fractura que anuncian los flamencos.

La Lombardía italiana, que tiene por capital a Milán, es la imagen más perfecta del espejo catalán. La más industrializada región de Italia debe su riqueza, como ocurre siempre, además de a la iniciativa de los lombardos a una mano de obra barata, menos culta, más pobre, que procede de las regiones del Sur, de las áreas más desfavorecidas, que han emigrado buscando un mayor nivel de vida. Mano de obra, gentes del Sur, a las que, como ocurre en Cataluña se desprecia.

También Milán sueña con desplazar a Roma como capital del Estado. Y a partir de estos presupuestos la Liga Norte sigue amenazando permanentemente con la fractura del Estado italiano. Una amenaza a la espera que por el momento se conforma con el aumento de la autonomía.

Caso distinto es el de la Córcega francesa. Su partido nacionalista ha estado siempre más próximo a los métodos de la extinta ETA que a los parlamentarios propios de la antigua Convergencia o del Partido Nacionalista Vasco. El separatismo corso, olvidando que uno de los suyos fue el más grande de los militares y políticos franceses, clama por una vuelta a los tiempos de la Edad Media en las que su independencia era cuestionada por igual por la Corona francesa y por la española.

El problema de la Occitania solo se apunta alentado por el separatismo catalán. Difícil en su caminar puesto que el profundo orgullo de ser francés, multiplicado desde el triunfo de la Revolución Francesa, enseñado desde los propios inicios de la formación del nuevo ciudadano, se opone con inusitada fuerza, como han demostrado con el cantar de su Marsellesa, a cualquier intento de amenazar su patria.

Caso semejante al del orgullo alemán. Separados en dos estados distintos desde el final de la guerra por la voluntad expresa del comunismo estaliniano, han mantenido su sentido de ser alemán hasta que el fracaso del totalitarismo soviético ha permitido su reunificación.

Resulta por ello difícil pensar en una Baviera independiente, aunque la fuerza de una historia separada, las diferencias propias de carácter entre el Norte y el Sur, las que nacen de una fe religiosa que es mayoritariamente católica en las tierras que tienen a Múnich como capital, frente al protestantismo hegemónico en el resto de la Nación, hagan soñar a quienes pretenden la destrucción de Europa que el separatismo bávaro es posible.

Escocia, en el contexto de la Gran Bretaña, es un caso bien distinto. Porque la Gran Bretaña no nace bajo la idea de forjar una Nación unida, sino bajo el pacto suscrito por cuatro naciones, Inglaterra, Escocia, País de Gales e Irlanda del Norte. Que tiene como núcleo de unión una misma monarquía, unos mismos intereses pero conservando siempre una diferenciación. Por ello fue posible la realización de un referéndum sobre la permanencia o no de Escocia en la Gran Bretaña. El resultado lo conocemos. El separatismo fue derrotado en las urnas.

La Europa que amamos, que se ha puesto a caminar, la que nace de la voluntad de los estados existentes, está en peligro. Lo ha dicho el Presidente de la Comisión Europea: no quiero una Europa de ochenta estados, porque será inviable agregarnos nosotros, aunque desgraciadamente el fuego está prendido y el futuro es ciertamente imprevisible.

¿Podemos soñar el esperpento de una península ibérica con diecisiete estados?

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