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No consigo dejar de mirar las fotografías e imágenes televisadas del buque de la vergüenza comunitaria que, durante los últimos días, me estallan en la conciencia y me arrancan las lágrimas. Sus ojos. Sus caras. Sus rotas, pero imperturbables, sonrisas. No logro dejar de imaginar que mientras más de 600 vidas agonizan en un terrible navío, a unas cuantas millas, en la preciosa costa italiana un hombre clavará, como cada mañana, con tesón su sombrilla. Tranquilo. Impasible. Helios le acariciará la espalda embadurnada de costosa pomada y el agua le humedecerá, agradable, los pies. Entretanto, su país seguirá rechazando la entrada de cientos de inmigrantes atrapados en ese mismo mar en el que ahora goza. Sumiéndolos en un aventurado éxodo de setecientas millas náuticas. Se tumbará. Relajado. Observará la claridad de ese líquido marino que a kilómetros supurará sangre. Abrirá el periódico. Leerá: «Italia no cumplirá los convenios y tratados internacionales». Buceará en su inmensidad y observará plácido, como tantas veces, las materias y especímenes que esconde. Como tantas vidas. Que, en realidad, son muertes. Y, mientras los contemplo, sigo sin comprender cómo algunos semejantes se despojaron de la más intrínseca humanidad (y sensibilidad) que nos asiste. Empatía. Son personas. Y los observo. Más de cien menores. Niños. Sedientos y tan, paradójicamente, colmados por agua. Rodeados. Acorralados. Continúo analizando sus rostros sin hallar respuesta a qué nos diferencia (más allá de un irrisorio tono). Origen. Desemejanzas. Mientras, sigo esperando -ingenua- señales de aquella unión de países prósperos que (no hace tanto) amaneció consternada por Aylan Kurdi. El niño sirio de pantalones azules y camisa roja, que apareció sin vida en otra playa. Trataba de llegar a la Europa del Nobel de la Paz. Nuestra Europa. Esa misma que, ahora, no reacciona. Esa Europa que, hoy, no actúa. Que no sanciona. Y los ojeo. Y, quizá, alguno, todavía esperanzado, agarre fuerte de la mano a su madre y pregunte ojiplático: mamá, ¿cuándo llegamos?, ¿dónde está Europa?

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