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Ética de la ciudad

AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA

Domingo, 12 de noviembre 2017, 09:33

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Esta semana hemos tenido en Valencia un Congreso Internacional sobre Ética y Democracia donde Mauricio Correa Casanova, un profesor de la Universidad Católica de Chile, recordó la necesidad de aprovechar el desarrollo de las éticas aplicadas para construir una «Ética de la ciudad». Unas horas más tarde pudimos conocer con detalle la historia de los Objetivos para el Desarrollo sostenible propuestos por Naciones Unidas y aplicarlos a la vida cotidiana de nuestros barrios.

Es una pena que nuestras autoridades municipales estuvieran ocupadas y no asistieran a estos acontecimientos, hubieran llegado a conclusiones interesantes para nuestros vecinos. Una primera idea que apareció fue la crisis de los procesos de democratización mundial. Hasta hace poco se pensaba que la historia caminaba imparable hacia mayores niveles de democracia, a ritmos diferentes según zonas geográficas y países, pero siempre en la misma dirección. Sin embargo, durante los últimos años hemos comprobado que los procesos de democratización se han parado. Los triunfos del nacionalismo y populismo son fracasos en los procesos de democratización y calidad democrática.

Una segunda idea apareció cuando el profesor Correa informó que una de las propuestas de «Ética de la ciudad» procede de quienes hablan de la ética como «adjetivo» y diseñan ciudades «éticas». A diferencia de otras propuestas que sitúan la ética en las oportunidades que ofrecen los procesos de urbanización, en la disminución de las diferencias y desigualdades de los habitantes, o en el diseño normativo de «ciudades justas», quienes reducen la ética a simple «adjetivo» se limitan a políticas urbanas cosméticas, epidérmicas y cortoplacistas.

En este contexto apareció otra idea relacionada con la instrumentalización de una sostenibilidad que se ha convertido en dogma sin saber muy bien qué significa. Se ha generado un nuevo fundamentalismo en los responsables de gestión urbanística que identifican la «sostenibilidad» con la retórica de la participación, el imperialismo de la bicicleta, la peatonalización indiscriminada, la instalación de contenedores policromados y la utilización de consumibles reciclados en oficinas municipales. Como comentábamos con el ponente, son políticas que no tienen en cuenta el bien común, el grado de satisfacción de los afectados en primera persona, las oportunidades de generación de vínculos de confianza y la calidad de vida de todos. ¿Cuál es el resultado de las decisiones «participativas»?¿Quién ha rendido cuentas?

Aplíquelo el lector al catecismo del municipalismo participacionista restringido y rastree en los plenos municipales la relación de contratos menores, empresas de consultoría y 'expertos' académicos en sostenibilidad. Tendrá pistas de cómo se han invertido sus impuestos, y aprenderá a distinguir entre servidores públicos y sofistas.

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