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La estrategia Lavapiés

Algunos llevan tiempo poniendo a prueba formas sutiles de desestabilizar

María José Pou

Valencia

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Sábado, 17 de marzo 2018, 09:36

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La muerte de cualquier persona y más en situación de vulnerabilidad, como sucede con los 'sin papeles', es un hecho desgraciado y triste, motivo por el que nunca debería ser utilizada con fines políticos contra el adversario. Sin embargo, vivimos tiempos en los que la demagogia se ha convertido en un arma de uso masivo y nada resulta más rentable en términos de populismo que el drama extremo de la muerte, sea la de un niño o la de un adulto.

Al debate sobre la prisión permanente revisable en el momento más inoportuno, con unos políticos incapaces de dialogar sin airear la bandera del caso particular, sumamos ahora la muerte repentina de un ciudadano de origen senegalés en el barrio madrileño de Lavapiés. En pocos minutos, los expertos en demagogia construyeron el relato que ayudara a presentar este país como una democracia en decadencia sin libertades civiles, sin ayudas para los desfavorecidos y con una policía represora y corrupta. El relato decía que la policía había perseguido a un mantero y éste había muerto por culpa de las fuerzas represoras. A partir de ahí, la mecha se enciende y funciona a la perfección. Poco importa que la muerte fuera repentina, que la policía le hiciera las maniobras de reanimación sin éxito y que ni siquiera estuviera huyendo; la estrategia había funcionado y los de siempre habían conseguido difundir su discurso antisistema: la culpa de la muerte de un mantero perseguido por la policía es del sistema capitalista. Supongo que también lo es el robo de televisiones de sucursales bancarias durante los disturbios. Ay, el bicho del capitalismo que nos impele a apropiarnos de lo que no es nuestro. Quien no tardó en sumarse a las críticas fue Pablo Iglesias al afirmar que es triste que alguien muera ganándose la vida. Sin duda. También cuando ha decidido ganarse la vida poniéndola en riesgo por los demás seres humanos como los policías, guardias civiles o militares. Una pena que no escribiera eso mismo en Twitter cuando un asesino mató a puñaladas al inspector Blas Gámez en Russafa. Es indiscutible que nadie debería jugarse la vida por vender bolsos falsificados en una calle pero también que ese extremo trágico no anula la necesaria persecución de quien realiza una actividad no permitida. Y no porque lo mande así el dios Capital sino por todos esos que cada día abren la persiana, pagan sus tasas e impuestos y arriesgan su patrimonio por vender legalmente. Los que, como dice Iglesias, «viven y trabajan en España». En cualquier caso, más allá del triste fallecimiento de una persona, lo preocupante es comprobar lo bien que funciona la estrategia de desestabilización. De eso deberíamos ocuparnos: de cómo algunos llevan tiempo poniendo a prueba formas sutiles de desestabilizar, enfrentar y crear dudas sobre la convivencia. La 'estrategia Lavapiés' es un éxito. Ahora falta que quien puede desactivarla, lo haga. No basta con desenmascararla.

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