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El erial

Llama la atención la velocidad a la que el PP reaccionó con el asunto Zaplana frente a otros casos que hemos visto languidecer

María José Pou

Valencia

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Miércoles, 23 de mayo 2018, 10:30

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La sutileza es patrimonio de algunas instituciones milenarias. Ocurre, por ejemplo, en la Iglesia católica, acostumbrada a decir sin decir y significar mucho con un mero gesto. Éste suele pasar inadvertido y solo los iniciados en su lenguaje entienden el alcance. Así, cuando un obispo llega a los 75 años y presenta su renuncia al Papa puede suceder que se le deje en el cargo un año más o, por el contrario, se acepte ipso facto como si hubiera aprensión por concederle apenas un día. Ejemplos en España tenemos de sobra. Al anterior arzobispo de Valencia, García-Gasco, se le regalaron casi tres años en el cargo, mientras que con el vasco Setién les faltó tiempo para aceptar su salida alegando motivos de salud. Son pequeños guiños que se permite una organización maestra de diplomacias dominadas durante siglos. Al que genera confianza se le consiente y al que causa molestia se le aparta sin miramiento.

Nada que ver, por tanto, con la inapreciable sutileza y carente tacto en las actitudes del PP hacia alguno de sus líderes enfrentados a procesos judiciales o investigaciones de irregularidades. Es cierto que una detención son palabras mayores y proporciona imágenes tremendas. Pero llama la atención la velocidad a la que el PP reaccionó ayer con el asunto Zaplana frente a otros casos que hemos visto languidecer, deteriorarse y ralentizarse de forma inexplicable durante meses. Al expresidente le dejaron las maletas en la calle -en la calle Génova- en menos de un nanosegundo. A partir de ahí, firmeza, seguridad y aplomo en Madrid y silencio y contención, en Valencia. Algunos parecían casi aliviados de quitarse ese peso de encima.

Sin embargo, ya no es suficiente en una sociedad a la que le resulta imposible seguir convenciéndose del «caso particular». Esa reacción inmediata es lenta de nacimiento. Aunque fuera extrarrápida, llegaba tarde. Lenta y tardía, porque atenta contra la inteligencia que nos hagan creer que algo como lo que se investiga -y sucede también con gúrteles, púnicas y demás- era «nuestro secreto» entre un dirigente y su compinche de pupitre. Como si nadie pudiera saber ni sospechar ni ver pasar las evidencias. Es cierto que esa desfachatez difícil de ocultar no hace culpables a todos los miembros del partido donde, sin duda, hay miles de ciudadanos honrados, pero sí cuestiona a una dirección que sigue siendo la misma aunque haya cambiado el papel pintado de la pared. Es la que ni supo cortar a tiempo comportamientos indecentes, no solo ilegales, ni ha sabido limpiar a fondo, desinfectándolo todo, hasta dejar irreconocible unas siglas heridas de muerte. Los puñetazos en la mesa con el caso Zaplana parecen las notas de Nerón en su lira mientras Roma se quema. Llamarle «erial» a la operación desarrollada por la UCO es algo más que un nombre alegórico. Es un resumen del ánimo que deja una forma de hacer política instalada y consentida hasta la náusea.

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