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ELOGIO DE LA CLASE MEDIA

MIQUEL NADAL

Lunes, 26 de febrero 2018, 11:59

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Uno se acostumbra ya a hacer columna de lunes haciendo doctrina del pasado, pura retrospección. Con la garantía de que pase lo que pase durante esta temporada no volveremos a sentir el pavor de la pasada cuando coqueteábamos con el descenso. Estar ahí en la esperanza de la resurrección financiera de la Champions tiene también sus limitaciones si no se acaban cumpliendo las expectativas, porque de ello dependerá en buena parte la naturaleza del Centenario: con músculo y fortaleza, o escuálido y discreto, puramente ritual. Una victoria contra la Real Sociedad puede desvanecer esa sensación que a veces tenemos desde hace partidos, a pesar de estar entre los cuatro primeros, de vivir un poco de prestado, por encima de nuestras posibilidades. Como si el escenario nos viniera grande. Se podría decir que existe toda una leyenda negra que conspira contra la clase media. Se confunde interesadamente con la mediocridad, y se le asignan defectos por los de arriba y por los de abajo. No es cierto. Hay grandezas o pequeñeces que no tienen ningún mérito. Lo bueno de formar parte de la clase media en el fútbol es la capacidad que ofrece para imaginar distintos horizontes. Sabes que podrás ser exitoso en algún momento, pero también eres consciente de lo que se cuece por abajo, donde ronda la pobreza. Esa capacidad para la empatía jamás la sentirán los que viven instalados en la exigencia de la victoria permanente o los que viven atrapados por el lado oscuro y torpe de la leyenda del perdedor. A todos nos gusta ganar y si es posible ganar bien. En las alturas suele habitar la vanidad, pero en las bajuras el rencor. Ninguna de las dos tentaciones es buena. La victoria en La Rosaleda deja un regusto amargo, de vencedores con la suerte de los grandes, y las imágenes de la grada nos recuerdan nuestras derrotas pasadas. Cada cual es pobre o rico, bello o feo, victorioso o fracasado en relación con otros que nos dan la medida, y si hace nada Messi nos descomponía los rostros, el Valencia los desfiguró en cinco minutos de acierto en Málaga, apurando el tiempo para achicar la acusación de ridículo. Lo decía Apollinaire describiendo el lento paso de la corriente del Sena, del agua, de los días y los amores. 'La joie venait toujours après la peine'. La dicha venía después de la pena. Y se podría escribir del lado contrario. La pena venía después de la dicha. Una y otra sensación, la dicha y la pena de la vida imperfecta, entre Grabador Esteve y el Polígono forman parte de la grandeza y las miserias de la clase media. En la grada de La Rosaleda junto a la pena comenzaba a nacer su dicha futura, y en nuestra sonrisa las lágrimas que un día derramaremos si no somos capaces de tener los ojos mirando hacia arriba pero también una mirada vigilante a lo que nos acecha.

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