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El ejemplo de Juan Lladró

JOSÉ FRANCISCO BALLESTER OLMOS

Domingo, 17 de diciembre 2017, 08:07

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Decía San Vicente Ferrer: «No vayas por caminos desusados, sigue las huellas de los que acertaren» y ese consejo cobra una aplicabilidad especial en el día de hoy, al recibir la noticia de la muerte de Juan Lladró, un hombre sabio y bueno que demostró a dos generaciones que es largo el camino de la enseñanza por medio de teorías, pero es breve y eficaz a través de los ejemplos. Sencillo y potente al mismo tiempo, Juan dejó claro que el ejemplo no es solo la principal forma de influir en los demás, es la única manera.

Vidas como la de Juan Lladró arrojan luz en unos tiempos que los locos están sirviendo de lazarillos a los ciegos, pero habiendo conocido a este titán se constata como la entereza moral es la que hace buenos los tiempos

Lladró fue uno de esos hombres de bien en el sentido más estricto, un caballero de cuerpo entero cuya ejecutoria vital educa y reafirma en lo verdadero a quienes ha marcadola estela de su trato esos valores que son eternos.

Por eso, si recordamos la trayectoria biográfica de Juan Lladró nos reafirmamos en que el liderazgo no se basa en la orden autoritaria sino en la verdadera autoritas, y esa elevadísima condición no la confieren las urnas, los mandatos ni los dictados del poder, sino que es propia de almas selectas y acrisoladas en el esfuerzo del trabajo y la entrega.

Artesano, industrial, gran empresario, consejero del banco de Valencia y de Antena 3TV y Decano de la Real Academia de Cultura Valenciana, Juan Lladró ha desarrollado una vida tan frenética como fructífera, siempre en la vanguardia de la actividad económica de la Comunidad Valenciana, pero acompañado de ese talante pacífico y sereno que descubrimos fácilmente entre nuestras gentes de la Huerta.

Nacido en Almácera en 1926, hijo de labrador, nada para él fue regalo del azar. Su vida y la de sus hermanos José y Vicente fue de constante y honrado esfuerzo, de arte hecho creatividad, de profusa imaginación y de valentía sin temeridad en años mozos pasados en unas décadas de supervivencia para muchas gentes. Los frutos empresariales cuajaron y la marca Lladró se internacionalizó, pero jamás Juan Lladró hizo gala de vanidad u ostentación, nunca hieratizó el gesto; por el contrario, su ánimo contenía un equilibrio entre la humildad y la autoestima, siempre con ese sosiego que sin duda le venía también infundido por la dulce mirada de Lola, su mujer, y por el constante cariño de sus hijas.

Su apariencia venerable y su leve pero franca y eterna sonrisa lo llevaban a ser llamado anteponiendo el Don a su nombre por muchas personas no dependientes de él. Así que en esta segunda parte de mi artículo me referiré así a él, un prohombre de la cultura valenciana que fue Presidente del Patronato de la Real Academia de Cultura Valenciana y después su Decano, un puesto éste que aceptó desde una postura humilde de su grandeza. Rodeado de una Junta de Gobierno para la que contó con mentes de las más preclaras de nuestra sociedad valenciana, se posicionó con valentía frente a las Administraciones y Gobiernos nacional, autonómico y municipal en temas que fueron para él esenciales para el horizonte de las señas de identidad valenciana, y fue especialmente beligerante en la defensa de la Lengua Valenciana, contraponiéndose rotundamente al sinsentido de la creación de la Academia Valenciana de la Lengua.

Gran mecenas de la cultura valenciana e impulsor del Diccionario de la Lengua Valenciana de la Real Academia de Cultura Valenciana, su discurso de ingreso en la RACV es un compendio pragmático de ideas valencianistas desde las ópticas de la alta empresa industrial, la banca, la agricultura de gran escala y la sociedad. Don Juan, hombre centrado políticamente, anheló la formación de un partido político valencianista, receló de las formaciones centralistas y dudó de las asimetrías del diseño autonómico español.

Don Juan Lladró, maestro de hombres de bien, benefactor de la sociedad civil valenciana, abanderado valenciano, deja un gran legado con su ejemplo. Una parte de Valencia queda huérfana de su figura entrañable, de su trato aterciopelado y de la fortaleza de sus criterios de defensor de la identidad valenciana y adalid de su impulso cultural. Su espíritu ha trascendido a aquel lugar que él intuía, ese sitio donde van los hombres buenos.

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