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Descubrimiento

Los independentistas, sin querer, están haciendo el milagro de dar elementos de unión a una sociedad adormecida

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Martes, 10 de octubre 2017, 09:48

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A veces pasan cosas así, repentinas como un estornudo, felices como un premio de lotería. A veces, un problema muy grave, pongamos una amenaza de golpe de estado, genera en la sociedad española una reacción espontánea, un efecto vacuna del que se desprenden saludables acontecimientos.

Acabamos de ver uno: gran parte de la sociedad, consciente del peligro separatista catalán, se ha unido, ha reaccionado, y ha decidido hacerse presente en Barcelona para decir, tras la farsa del referéndum, que España debe quedarse como está: unida y con una Cataluña autonómica sin más derechos, ni más razones diferenciales que Galicia, Andalucía o la Comunidad Valenciana. De repente, una sociedad indiferente y adormecida ha entendido el riesgo que está corriendo por culpa de unos pocos y ha tomado la bandera nacional, hasta ayer un símbolo de adhesión muy baja, como un referente de su enfado, sus convicciones democráticas y su determinación de unidad.

Curiosamente, he aquí el milagro que han obrado los independentistas: hacer de una masa casi anestesiada una sociedad que comparte objetivos comunes más allá de los triunfos deportivos y la televisión. Si querer estar juntos ya es mucho, tomar las olvidadas banderas y defender un modelo democrático y de convivencia, sujeto a la ley, es muchísimo más; por ese camino, una sociedad culta y avanzada no debería tardar mucho en encontrar otros objetivos dignos de compartir: proyectos nacionales de calidad democrática como reconducir la educación, elevar la cultura de la sociedad, liberalizar la economía, superar el creciente nacionalismo de las regiones y erradicar el populismo de la política reunirán cada día más adhesiones. A no tardar mucho, esa nación que se ha recobrado del sopor incluso podría progresar por la vía de la cultura democrática hasta entender, por ejemplo, que hay valores sagrados, como la educación, que nunca deberían haberse puesto a subasta en manos de doctrinarios maestrillos nacionalistas.

Claro que, ya que se ha evocado estos días el impresentable intento de golpe de estado de 1981, parece oportuno decir al menos tres cosas: una, que fue seguido de una oleada de adhesiones incondicionales a la Constitución, incluso por parte de los más tibios, cosa que aquí aun no pasa; dos, que también tuvo como telón de fondo un malestar autonómico; y tres, que las fuerzas políticas salieron de aquellas apreturas convencidas de que era preciso reconducir los 'excesos autonómicos', como así se hizo.

Lo que ocurre es que los buenos propósitos duran lo que duran y el egoísmo independentista, recurrente, se presenta al menos una vez por siglo. Hoy mismo, toda una nación puntera en Europa tiene el ánimo secuestrado por unos delincuentes. Que se limitarán a decir que ese despertar que han causado es «nacionalismo españolista»... cuando lo que han hecho es ayudar a entender que un bien no se valora hasta que no se pierde.

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