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Tras la bofetada propinada por el juez teutón, asisto asombrado a la felicidad desplegada por mis amigos izquierdistas. Tan exultantes se muestran que temo verles desfilar perfectamente sincronizados en un masivo y marcial paso de la oca para homenajear así Alemania. Constato consternado, además, cómo aplican los mecanismos futboleros a la política y a las cuestiones nacionales; esto es, si soy hincha del equipo A me alegro de mis victorias, pero sobre todo colman mi dicha las derrotas del equipo B, el eterno rival. El golpe recibido por supuesto afecta a este inepto gobierno pepero que sufrimos, pero desde luego, y lo que es mucho peor, descalabra a España y a los españoles. A estos amigos míos les encanta ver la debacle del PP aunque en realidad sea España la que se desintegre encajando humillaciones de este calibre. Curioso masoquismo, pardiez. Nos han tratado como a una dictadura bananera o como si aquí viviésemos bajo la férula de un sátrapa africano. Con las tiranías del petrodólar no se habrían atrevido, que con el zumo del petróleo no se juega. El desprecio ha sido mayúsculo y me gustaría saber qué sucedería si un terruño alemán montase un referendúm separatista saltándose todas las leyes. A buen seguro no aplicarían el tono laxo, de superioridad perdonavidas, que nos acaban de enchufar. Este juez alemán dinamita las reglas esenciales de Europa al sospechar de nuestro sistema jurídico. Llegados a este punto cabría preguntarse la utilidad de esta Europa tan insolidaria con un importante socio (nosotros) que siempre cumple con lo pactado y que jamás duda de sus compañeros. Nos han trasladado a la tercera división por la cara. Ellos, los pulcros norteños, repartiendo otra vez lecciones morales a los pobres vagos sureños. A lo mejor Inglaterra no estaba tan equivocada con el Brexit...

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