Borrar
Urgente Aena anuncia la ampliación de los aeropuertos de Valencia y Alicante
EL DEPORTE SEGÚN ROBERTO ÍÑIGUEZ

EL DEPORTE SEGÚN ROBERTO ÍÑIGUEZ

Ha jugado otra final de la Euroliga y ha ganado otra Liga, pero me seducen más aún sus valores y su visión del basket

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Domingo, 6 de mayo 2018, 10:16

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Conocí en persona a Roberto Íñiguez cuando dejó de jugar al baloncesto y se convirtió en comentarista de radio y columnista. Me enganchó desde el primer día. Sabía expresarse, era valiente en sus opiniones en un contexto, el del entonces Pamesa, donde nunca ha sido fácil, y no tenía miedo a pensar diferente a la mayoría. Y conecté porque, para mí, esas tres premisas periodísticas son inviolables.

Si revisas su vida puedes descubrir que de pequeños pasos salieron grandes cambios. De niño, en el colegio, en Vitoria, un cura le convenció un día de que sería mejor para él dejar el fútbol y concentrarse en el baloncesto. No sé si ese sacedote es consciente de lo que transformó con aquel consejo. Porque el basket le agarró de las solapas y no ha vuelto a soltarle. No paraba ni en verano. Se marchaban a la casa de los abuelos en Labastida y allí tenía una pelota y una canasta atornillada a la pared para seguir practicando e insistiendo.

Íñiguez, que como buen alavés tiene un apellido compuesto -Íñiguez de Heredia-, llegó a jugar en la Liga ACB, pero nunca fue una estrella. Eso, quizá, le permitió aprender una de las lecciones más trascendentales de su vida, que el trabajo es más importante que el talento. Hoy, ese fundamento es casi un axioma en su filosofía de vida, en su doctrina baloncestística.

Aquel base intenso se retiró, ya convertido en padre, antes de cumplir los 30 años. Fue entonces cuando cogió el boli y el micrófono. Hasta que un día comenzó a entrenar a un equipo de chavales en Alboraya. Aquella cabeza estaba hecha para el baloncesto, eso es indudable, y acabó de regreso a la Fonteta. Dirigió al equipo júnior y al filial. Allí descubrió el talento de Víctor Claver y a un chaval georgiano llamado Toko Shengelia con el que trabajó a destajo. Un día, en las oficinas del club, como recordó recientemente en su cuenta de Twitter, escuchó una frase lapidaria: «Toko no será jugador de baloncesto, le pesan los pies». Shengelia es hoy una figura del baloncesto.

En la Fonteta compartían la cancha con el Ros Casares y, un día, Carme Lluveras le ofreció el equipo femenino. Íñiguez acabó aceptando y el Ros Casares, al fin, se proclamó campeón de Europa, además de conquistar la Liga sin perder ni un partido.

Aquello fue el punto de partida de una carrera tremendamente exitosa en el baloncesto femenino. Ha estado en el banquillo de las mejores ligas del continente, ha disputado varias finales de la Euroliga y hasta volvió a España para darle al Uni Girona su primer título con un balance inmejorable: 42-0.

No le abro la cantina para sugerir sibilinamente su nombre ahora que el Valencia Basket ha alcanzado la Liga Dia. Ya escribí hace semanas que Rubén Burgos había sido una certera elección y que merecía la continudad si lograba el ascenso.

Mi motivación viene al descubrir, buceando por ahí después de ver que ha ganado la Liga y ha sido subcampeón de la Euroliga con el modesto Sopron húngaro, una entrevista, tras las semifinales, en la que Roberto Íñiguez le explicaba al periodista que, pese a haber ganado, estaba muy triste y que había llorado en el autobús porque el último partido había sido bochornoso por violento y agresivo. Y recordó que cuando él perdió la final de Copa no dedicó ni una frase para criticar a los árbitros.

Ya he repetido aquí una y otra vez, hasta el aburrimiento, que justificar una derrota por un error arbitral es de mediocres. Me alegró ver que él sigue siendo valiente y honesto. Porque lo que sí argumentó fue que a él, que tiene un hijo -Pablo, futbolista del Reus-, le avergonzaba que los niños hubieran visto ese despropósito.

Otra temporada, cuando dirigía al Orenburg, donde fue elegido entrenador del año en Rusia, le expulsaron porque se indignó cuando comenzó a escuchar a la hinchada rival haciendo ese estúpido sonido de mono para burlarse de una de sus jugadoras negras. Aquello le indignó, como me indigna a mí, protestó al árbitro y, como no paraba de insistir en esa injusticia, fue expulsado. No fue un gesto para aparentar. Después no quiso concender ni una sola entrevista para hablar de ese percance.

Íñiguez dice que él quiere que el baloncesto de sus equipos divierta al público. Porque los resultados son importantes, solo faltaría, pero hay algo más. Por eso me gusta a mí el deporte. Por gente como Roberto Íñiguez. Íñiguez de Heredia, claro.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios