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Decir a las claras

Suena hueca toda la palabrería vertida en estos días de efeméride constitucional

IGNACIO GIL LÁZARO

Domingo, 10 de diciembre 2017, 10:43

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Aniversario de la Constitución. Se habla de reformarla. Nadie ofrece razones sólidas que lo justifique ni tampoco propuestas concretas. Sí en cambio vaguedades y lugares comunes al uso. También más de una estupidez. Decir por ejemplo que la reforma es precisa para que las nuevas generaciones puedan votar «su» Carta Magna es una bobería mayúscula. Las leyes tienen vocación de permanencia. Las constituciones aún más por cuanto representan la base del ordenamiento jurídico de una Nación y articulan un proyecto colectivo. Esa es su virtud. Una expresión histórica que impone transcender siempre oportunismos de ocasión. Sucede sin embargo que la política española padece una creciente anemia intelectual. Pululan por doquier los meros aprendices. Todo gira en torno a las exigencias del interés partidista sin que se adivine ninguna capacidad de fondo para generar racionalmente otra cosa. De ahí pues que el debate sobre la conveniencia de abordar o no modificaciones en la Constitución adolezca de sustancia tal y como ahora se configura. Un vacío que no afecta sólo al ejercicio de los políticos. Se aprecia a la vez en la Universidad y en la prensa. Faltan ideas y sobran latiguillos al respecto. En estas condiciones parece absurdo pretender encontrar un hilo conductor que permita avanzar en el perfeccionamiento técnico de la Constitución sin arramblar con los consensos esenciales sobre los que se ha vertebrado la vida de la sociedad española durante los últimos treinta y nueve años. Máxime cuando la fragmentación del mapa político no ofrece garantías de estabilidad para abordar sin sobresaltos una tarea de semejante naturaleza. Además el contexto general se complica habida cuenta que el nacionalismo y la extrema izquierda están decididos a no participar del trabajo reformista o quieren aprovechar el momento para tratar de dinamitar lo que despectivamente califican como «el régimen del 78». Mientras, falta rigor y valentía. Ninguno se atreve a decir a las claras que la vigente Constitución sigue representando el único pacto posible de moderación al que se pudo y se puede llegar entre la derecha y la izquierda españolas en términos de garantizar la convivencia, el pluralismo y la libertad. Una realidad que todavía subsiste máxime con el problema que supone la eclosión de los nuevos populismos. Ignorar esto a la ligera constituye un grave error susceptible de acarrear consecuencias muy caras. Desde luego igualmente lo es utilizar la invocación de la reforma de contrapartida en negociaciones de coyuntura como así se ha hecho para recabar apoyos a la aplicación del artículo 155 en Cataluña. En todo caso, el futuro de España está por encima de componendas cortoplacistas. Por eso suena hueca toda la palabrería vertida en estos días de efeméride constitucional. Vacía y cínica. Inútil sobre todo. Veremos al fin en que queda el asunto aunque hoy no tiene para nada la menor buena pinta.

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