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Urgente Muere el mecenas Castellano Comenge

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Coincido con un amigo en un acto que reúne a gente de postín. Cargos públicos, sonrisas, saludos, parabienes... «A ver si quedamos a tomar café y me lo cuentas...», comentan estos señores, y también aquellos. Es lo que se suele decir en estos casos, estos sitios. Pasarán los días, igual se olvidan.

Es la hora, pasan unos minutos, se van sentando en el patio de butacas, se acomodan en la tribuna, se hace el silencio, la sesión va a comenzar, el presentador señala los turnos e invita al primer ponente; empiezan los parlamentos. Palabras solemnes, grandes conceptos, espléndidas voluntades. «En este escenario histórico...», refieren unos tras otros, aludiendo a la aconsejable mezcla de lo antiguo y lo moderno, las nuevas tecnologías. Que no falte eso. Hay como cierto aire de teatrillo. La pompa obligada, el protocolo, el quedar bien. Que se note; que quede bien.

De pronto veo que el amigo anda haciendo fotos con su móvil, deambula entre los presentes, el smartphone en ristre, como si se lo enseñara a algunos de los asistentes; y desde luego a los principales de arriba, conforme intervienen. Está claro, les hace fotos. ¿Para qué querrá tantas fotos?, ¿por qué no las hará con una cámara de verdad? Se lo digo casi al final, cuando pasa al lado y se entretiene algo en un enfoque: Vaya álbum que vais a reunir... «No -responde-, no son fotos para nosotros, son para enviárselas a ellos, por eso las hago con el móvil; así se las envío al instante y cada cual ya las cuelgan en sus twitters, facebooks y demás». No fastidies, ¿y eso para qué? «Bueno -aclara-, no lo sé muy bien, pero éste es hoy mi cometido aquí, lo que me han encargado». O sea, que se sepa que están allí, que han ido, que intervienen, que les aplauden, que están en la pomada. Nutren sus redes sociales y van componiendo una especie de currículum virtual. Asombroso.

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