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MIQUEL NADAL
Viernes, 20 de abril 2018, 12:57
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Vemos en casa en versión original 'Manhattan' de Woody Allen. Es tan solo de 1979 y decir que parece de hace un siglo no es una hipérbole. Uno de los personajes ya se queja de que el cotilleo es la nueva pornografía. Pero sorprende que no menos de cuatro o cinco réplicas podrían ser hoy tildadas de incorrectas políticamente por homofobia o en relación con la pobreza, como cuando el personaje que interpreta Woody Allen le pide a Tracy, Mariel Hemingway, que no lo mire con esos ojazos tristes de niño hambriento de Bolivia. La película es aún de los tiempos en que la cultura permitía respirar, suponía ironía y complejidad, y no estaba al servicio de la ideología. Cuando la cultura es vicaria de convenciones políticas es rehén de la ignorancia, de la asfixia, de las convicciones que pisotean los matices, y convierten la solemnidad en un sucedáneo de la verdad. No es una cuestión de una batalla entre la tradición y la modernidad, viejos contra modernos. Es la consecuencia de un mundo que no sabe burlarse de sí mismo, que no consiente la lucidez, la réplica y las bromas. El personaje de Woody Allen se burla de sí mismo por haber convertido a su segunda esposa de bisexual en lesbiana, y le pregunta si su hijo todavía juega al béisbol o se pone vestiditos. Resultaría una labor de titanes reinterpretar nuestra cultura literaria y cinematográfica sobre el alcohol, el tabaco, el matrimonio, las convenciones, la homosexualidad, la violencia y la guerra, los indios (perdón, los nativos americanos), los negros o la mujer. Solo constato que lo retrospectivo siempre es más complejo, y el pasado tiene todas las contradicciones que nos han permitido avanzar. Aquí lo tenemos más fácil. Uno ve en el callejero la palabra General, apunta y dispara. Eliminamos al General Urrutia, pero la ignorancia deja incólume al General Elío, o al General Avilés, o al General Palanca. La ignorancia es colosal en esta sociedad que ha hecho de las redes sociales becerro neuronal, ídolo de adoración, y de lo que pensamos ahora canon para la evaluación del pasado. En el Rastro sorprende la cantidad de libros a la venta. Es un claro indicador de la poca importancia que ya se les asigna. Un tuit de cualquier zángano tiene más impacto que 200 páginas de un Premio Goncourt. Da risa. Me cuesta un euro una primera edición de 'El obispo leproso' de Gabriel Miró. Nadie sabe hoy quien es Gabriel Miró, ni de la elegancia de su escritura, ni de su capacidad para captar en una frase el retrato de un personaje o de un mundo. Muy bien traído a lo que acaba de suceder, Lóriz le dice a ese párroco de Oleza: «Vive usted, don Magín, holgadamente debajo de su hábito...». No le cabe más a la ironía, no hace falta decir más que esa sutil alusión que evoca todo lo que calla. Mundo pasado de sensibilidad y matices. Obispo y leproso. Facha.
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