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En quien ha gobernado y aprendido de ello siempre se nota un poso de realismo en sus posiciones. Quienes, en su juventud, pedían una estrella a los que mandaban, saben después que quizás solo hay que reclamar el intento por que las nubes no tapen el firmamento. Nada más.

Ese poso se le ve, por ejemplo, a Felipe González, y un poco menos a Zapatero, aunque también. Ya no es el de las cejas que llegó al gobierno bajo la etiqueta de Bambi. Cuando se refiere a terrorismo, se le nota especialmente a Aznar y al PP en su conjunto. Lo vimos ayer con el coordinador general del partido, Fernando Martínez-Maí-llo, al comentar su postura respecto al aviso que la CIA había enviado a los Mossos d'Esquadra en torno a un posible atentado en las Ramblas de Barcelona. Dijo el dirigente popular: «La responsabilidad la tienen siempre los asesinos». No se podía decir más alto ni más claro. Esa afirmación, tan obvia, no siempre ha sido común. Cabe recordar aquel «asesino» que le gritaron a Aznar tras el 11-M, o hace muy poco a quienes señalaban al Rey y la relación con Arabia Saudí para explicar el atropello mortal. Todos los expertos señalan que el terrorismo busca precisamente eso. Su objetivo no son los que pasean por las Ramblas, sino todos, y su modo de lograr el éxito es haciendo que cale la convicción de que hemos hecho algo que nos hace merecedores del castigo. Es como la errónea explicación que una mujer maltratada hace de lo que le sucede. Se cree culpable porque su maltratador consigue doblegar su razón. No es cierto. El culpable es él. En este caso sucede lo mismo. El terrorismo nos maltrata, nos humilla y nos obliga a pensar que algo habremos hecho para que nos dañe. No es cierto. Ni guerras de Irak ni venta de armas o participación en la coalición contra el Daesh. Son asesinos.

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