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¿CUÁNTO VALE RAFA NADAL?

¿CUÁNTO VALE RAFA NADAL?

Creo que no queda nadie en Valencia sin haberse hecho una foto con el número 1 del tenis mundial

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Domingo, 8 de abril 2018, 08:45

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No debe estar nada mal llegar a final de mes, echarle un vistazo a la cuenta y verla repleta de números, como, imagino, le pasará a Rafa Nadal. O mirar hacia atrás y repasar esa ristra interminable de títulos y más títulos. O ser el paradigma del guerrero en la pista, del deportista terco y obstinado que jamás, por mal que pinte un partido, cae en la tentación de pensar: «Va, déjalo pasar por una vez, ya lucharás en el próximo torneo». Yo nunca vi una cabeza como la suya en el deporte. O que te adore un país entero. Y que te admire todo el planeta. Sí, definitivamente, no debe estar nada mal ser Rafa Nadal.

El mallorquín, encima, parchea su vida con retazos que demuestran que es de chicha y huesos. Por la biografía que escribió John Carlin ('Rafa, mi historia') hace años que sabemos que le aterrorizan las tormentas, que se siente incómodo en la oscuridad o que no se compró su primer cochazo hasta que ya era una figura más que consagrada.

Esta semana está en Valencia para reencontrarse con la arcilla y poner el hombro en la ardua tarea de tumbar a Alemania de la Copa Davis. Por lo visto, no debe quedar nadie en la ciudad que no se haya hecho una foto con él estos días. Le echas un ojo a Facebook o a Instagram y no paran de salir amigos que le han parado por la calle, se lo han encontrado cenando en Civera o, directamente, los que son periodistas, le han abordado a bocajarro al acabar una rueda de prensa. El caso es que nadie ha dejado escapar la oportunidad, por remota que fuera, de echarle una mano al hombro y arrastrarlo sutilmente frente al teléfono móvil. ¿Por qué? Porque Nadal mola.

No parece que el tenista se le haya resistido a nadie. Y ahí asomaba en las redes sociales, sin cara de mucho entusiasmo, todo sea dicho, al lado de sonrisas enormes, de niños obedientes posando como adultos y adultos nerviosos como niños.

Carlos, que lleva la mítica Taberna Vasca Che con la misma gracia que antes la manejó Pepe, su padre, presumía el jueves de haberlo cazado al vuelo. Al parecer, el tenista, a quien uno se lo imagina poniendo su delicada cabellera en manos de un peluquero de postín, también es mundano en estos asuntos y se marchó a una peluquería de la avenida Reino de Valencia a darse un retoque antes de salir al albero. Y, claro, ahí no hubo bicho viviente que dejara escapar la presa. Vamos, que medio barrio alardea ya de haber saludado a Rafa Nadal. Aunque parece ser que el de Porto Cristo -su residencia en Manacor- no se entretuvo bebiendo una sidra y tomando unas empanadillas y unos 'cojonudos' -tostas con chistorra y huevo de codorniz- en la antiquísima barra de la taberna. Para cojonudo, él.

La pasión por Nadal es tal que la plaza de toros se llenó pese a que las entradas valían un potosí. Y me consta -no por mí, sino por gente del tenis- que no fue fácil arañar entradas de gañote. Yo me alegro. Me dio mucha rabia que un par de amigos me escribieran para ver si les podía conseguir una entrada cuando se enteraron de que la eliminatoria venía a Valencia. Como si yo fuera Piqué o pintara algo en este tinglado. Lo curioso es que, no hace mucho, uno de ellos me contaba que se había gastado una pasta para ver a Muse en Barcelona. Esto es muy común: gente que paga sin pestañear por un espectáculo y luego es capaz de ponerse en ridículo por entrar gratis en otros.

Si Nadal hubiera sido más prudente que patriota y se hubiera quedado mimando su osamenta antes de la temporada de tierra batida, ¿se hubiera llenado la plaza? No creo, la verdad. De ahí que me haga una pregunta: ¿Cuánto vale Nadal? Me temo que es incalculable porque, además, su legado está repleto de intangibles. El zurdo transmite valores que calan en la sociedad y todos aquellos que estos días le están acribillando a fotos siempre podrán decir que Nadal no huyó vilmente y que les atendió con cortesía.

Aunque a mí Nadal me genera una gran angustia. Lo veía jugar el viernes contra Kohlschreiber y sufría viéndole soportar el peso del equipo español. Y empieza un partido contra Federer y sufro porque imagino cuánto debe marcar una derrota en estos pulsos que ya tienen quince años de antigüedad. O el pavor que a mí me causaría, humilde perdedor, llegar a Roland Garros y saber que eres el tío que ha levantado diez veces la Copa de los Mosqueteros y que no puedes fallar. A ver si al final no está tan bien ser Rafa Nadal...

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