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Consecuencias del postureo progre

El patriotismo -español, claro- ha estado mal visto por una izquierda que torpemente lo identificó con el franquismo y se lo cedió a la derecha

Pablo Salazar

Valencia

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Domingo, 24 de septiembre 2017, 10:57

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Como vivimos bajo la dictadura de la inmediatez, el meme, el mensaje y la noticia de ultimísima hora que circula por las redes y que parece que vaya a provocar que estalle la III guerra mundial de un momento a otro, todo nos parece gravísimo, extraordinario, lo nunca visto, y nos olvidamos que hace apenas unos años, no tantos, en otro territorio de España llegaban unos encapuchados, bajaban a voz en grito a los usuarios de un autobús urbano y le prendían fuego con un cóctel molotov. Y que en esa misma comunidad, guardias civiles, policías, militares y concejales de partidos constitucionalistas morían de un tiro en la nuca una semana sí y la otra también, mientras los otros partidos, los 'vascos', miraban para otra parte como si la cosa no fuera con ellos y en los ayuntamientos colgaban las fotografías de los terroristas detenidos. No trato de restar un ápice de gravedad a los sucesos de Cataluña, que lo son, una crisis de Estado, y seguramente peor es lo que vendrá. Porque no olviden que hay una parte importante de la población catalana que está por la batasunización, por la kale borroka y lo que haga falta. ¿O acaso no vieron lo contenta que estaba la líder de la CUP? Por fin se ha llegado a donde ella siempre había querido. No, no pretendo rebajar la tensión sino simplemente situarla en su contexto. Y si se trata de buscar responsables, descartando el juego interesado de la izquierda democrática de apuntar siempre hacia el PP, no estaría de más que ese mismo sector ideológico se planteara que tal vez ha llegado la hora de reconocer su parte de culpa al haber dejado el patriotismo en manos exclusivamente de la derecha, alejándose de él como si fuera la peste. El patriotismo español, por supuesto, porque la exhibición de símbolos regionales, el uso de las lenguas autóctonas, la utilización de terminología descentralizadora (el comité federal y los comités nacionales, por ejemplo), y, sobre todo, la educación basada en la exaltación de lo local y en la ocultación de lo general (lo español) ha sido promovida a lo largo y ancho de casi cuatro décadas por gobiernos de España y de las comunidades autónomas que con la etiqueta de 'progresistas' trataban así de ganarse el favor del electorado nacionalista. Cometieron en un primer momento el error de identificar España con franquismo, patriotismo con nostalgia del pasado, himnos y banderas con fascismo, conocimiento de la historia y de la cultura española con pedagogía conservadora. Por intereses electorales arrinconaron España, apenas recluida en ruinosas casas-cuartel, mientras las nuevas generaciones crecían aprendiendo una historia falseada, una cultura artificialmente engrandecida, una realidad nacional inventada. Todo porque así era uno más progre, despreciando lo español, pareciendo más nacionalista que los nacionalistas. Como criticar a la Iglesia, que también da puntos. Y ahora nos sorprendemos de lo que pasa.

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