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La última botella que se abre en una fiesta siempre es la del lavaplatos. A esas alturas es cuando se ven los auténticos amigos, los voluntarios colegas que se ponen en la pila o se reparten la tarea de recoger el mantel, secar los platos, pasar la escoba y darle al mocho. Por la puerta ya han salido los parientes más o menos lejanos, los que vinieron de compromiso y los que se apuntan a un bombardeo, aunque deserten cuando llega la paz. El último grupo de irreductibles galos es el que al final cuenta y para el que hay que guardar las últimas cervezas frías. Hay que cuidar al pelotón de soldados que cruza el desierto en formación y que, quizás sin saberlo, son la vanguardia de la civilización.

La Comunitat y toda España está viviendo una auténtica explosión turística que, siendo vistosa como una carcasa en la noche, puede deslumbrar y hacer olvidar que el turista siempre está de paso. Las protestas turismofóbicas están preocupando a buena parte del sector y debe tomarse medidas para que no pase de simples anécdotas a un problema realmente serio, lo que llegará cuando de los esprais y las pancartas se pueda llegar a las manos y, entonces, todo serán lamentaciones y «¿Cómo hemos llegado hasta aquí?».

Sin embargo, hay un veneno soterrado que sólo cuando accidentalmente sube a la superficie se tiene momentáneamente en cuenta. Se trata de la copa de garrafa, los precios de nivel despropósito y el mal servicio. Al margen de las ilegalidades y la competencia desleal que significan los apartamentos turístico sin declarar, la economía valenciana no puede olvidar que el actual boom es no es completamente mérito nuestro sino, en buena medida, fruto de los males ajenos.

Hasta el estallido de la llamada Primavera Árabe de 2010, destinos como Túnez, Marruecos, Egipto y hasta Libia estaban echando un pulso al sol y playa español. De hecho, distintos promotores locales miraron con detenimiento la otra ribera del Mediterráneo y hasta se gastaron algunos dineros nacidos de la burbuja inmobiliaria en comprar solares por allí.

Está claro que mucho tiene que cambiar este competidor para volver a ser lo que era, pero no por confiar en que sus problemas duren eternamente se va a conseguir que, en un futuro cercano reclamen su lugar entre los destinos turístico de los europeos que, además de precios más baratos, tendrán a todo un sector dispuesto a complacerles.

Si sólo se mira en la rentabilidad a corto, la cantidad de visitantes frente a la calidad de la visita, el sablazo frente a la fidelización, cuando la fiesta se acabe puede que nos llevemos una sorpresa y el 'low cost' demuestre aquello de que «nada sale tan caro como lo barato». Así, cuando haya que apoyarse en el club del bote de Fairy, puede que sus mejores efectivos se hayan marchado asqueados, víctimas del desamor.

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