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CLONADOS Y SIN ROSTRO

JESÚS TRELIS

Sábado, 14 de octubre 2017, 10:06

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Hemos perdido los rostros. Hemos dejado de mirar a la cara a las cosas para quedarnos en lo que orbita por su lado: en la seda, en el paño, en el celofán, en los plásticos. Hemos dejado de poner en valor a quien trabaja con la mano: al artesano, al que coge el arado, al que recolecta la uva que después será mosto, vino que dormirá en la barrica para luego ser embotellado. Hemos dejado de enamorarnos de los sorbos que te hablan de un pasado: un jerez cuya vida te desgarra en la boca mientras te susurra el salitre del Atlántico, los silencios de sus barricas, los secretos de esos lugares mágicos. Sorbos con alma olvidados.

Hemos dejado de acariciar la piel destrozada del pescador que, de madrugada, ha salido a capturar el mar. Ese que se colará en un guiso y que, sin que tú seas consciente, te hablará del Mediterráneo, sus olas, sus aguas, su pasado. Pasamos de puntillas por los mensajes encapsulados que te dan cosas de la vida: como la cabeza de una gamba cuando estalla en tu boca y te lleva hasta lo más profundo del océano.

Hemos dejado de lado los rostros. Los que hay ocultos en algo tan aparentemente simple como un queso, hecho por quienes antes llamábamos granjeros: sus mohos y su leche que exclama pastos, sus aromas y sus ácidos, su hierba y el tiempo reposando. Hemos dejado de escuchar en cada bocado a las ovejas que te hablan de pinos y carrascas. Hemos olvidado al pastor y la trashumancia.

Hemos olvidado los rostros de quien amasa el pan y lo bendice. De la masa madre que te dice de dónde viene y a dónde va. Hemos sepultado al tomate carnoso, que estalla liberando el sol dulce y al tiempo ácido, mostrándote los mimos de quien lo ha cultivado y el terreno que lo ha cobijado. Hemos ignorado el regusto de esos pollos de corral y de los huevos que saben a auténticos. Los campos abiertos, los matorrales, las manzanillas y el romero. Hemos enterrado lo verdadero para pasar a ser hijos del clan de los clonados: bebidas industriales, bollerías artificiales, carnes engordadas, atunes tintados con remolacha, grasas trituradas, vidas sin miradas... El mercadeo de la nada. Corazón sin alma.

Somos los hijos de lo 'light', del omega enlatado, del bífidus prefabricado, de los mejillones supermineralizados, de los caldos envasados, de las gallinas que nacieron poco menos que para ser encadenadas en inmensas granjas. Somos parte de una cadena, que como a Chaplin en Tiempos Modernos, nos acabó atrapando.

Somos clones y vivimos como tales. Con los ojos vendados e ignorantes. Hemos perdido los rostros y lo imperfecto ya no es bello. Los ojos, cerrados. El corazón, congelado. De besos, ni hablamos.

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