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Mi tío Jose (sin acento, Jose, no José) me contó hace muchos años, siendo yo niño (tal vez no hace tanto), que de joven había hecho de clac. ¿De qué?, pregunté yo. Sí, hombre, de clac, de los que iban al teatro a aplaudir y a jalear al final de la función, y que a cambio entraban gratis y podían ver la obra. Una forma como otra cualquiera de poder mantener una afición sin afectar a un bolsillo lleno de telarañas. La clac del teatro desapareció, como tantas otras cosas, pero la costumbre de los aplausos comprados se fue trasladando a otros espectáculos. A la televisión sin ir más lejos, tanto para las risas enlatadas de las series de humor como para los programas de variedades (esto me ha quedado un poco antiguo pero es que no sé cómo se llaman ahora) en directo, en los que los espectadores siguen las instrucciones de un regidor que les indica cuándo deben ovacionar al invitado. El mundo de los toros también tiene su particular y peculiar clac, formada por esos esforzados hombres que en caso de que el matador corte dos o más orejas y vaya a salir por la puerta grande bajan inmediatamente a la arenas para cargar sobre sus hombros con los setenta u ochenta kilos del torero. Y luego está la 'anti-clac' espontánea, o no, que un día entre semana, a las 8 o las 9 de la mañana, acuden a la puerta de un juzgado o de la Audiencia Nacional a recibir con pitos e insultos varios a un procesado en alguna de las miles de causas abiertas en España por delitos de corrupción. Al verlos siempre pienso lo mismo, cuánto paro hay en España, cuánta gente sin trabajo que un martes se pueden levantar y después de ducharse (o no), afeitarse (o no) y tomarse un café con leche con magdalenas, se van a abroncar a un banquero o a un político. Cuánta energía malgastada, cuánto tiempo desperdiciado. El fútbol no ha tenido clac pero la va a necesitar. Los grupos de animación, los hinchas más radicales, están poniéndoselo cada vez más difícil a los consejos de los clubes, que los han mimado hasta el extremo, a veces de forma irresponsable. Si no hacen esto nos vamos, si no nos dan aquello nos salimos, si no acceden a lo que pedimos no cantamos... Uf, qué dolor. Al Celta lo acaban de sancionar porque en las gradas que se ven en la televisión había demasiados huecos y no queda bien en las retransmisiones y en los resúmenes de los partidos. De seguir con los horarios chinos, con las plantillas en las que ya no conoces a nadie, con las camisetas que se cambian cada temporada y con el duopolio televisivo Madrid-Barça (que si Cataluña se independizara sería sustituido por Madrid-Atleti), mucho me temo que antes o después van a tener que acabar contratando clac para los estadios. Gente joven a la que se obligue a enfundarse la camiseta del equipo. Las viejas tradiciones igual regresan.

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