Borrar
Urgente El Euromillones de este martes deja un millón de euros en la localidad favorita de los futbolistas para vivir

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Conforme pasa el tiempo y a falta de pomposos documentos que lo avalen, parece claro que el modelo que persigue el tripartito que gobierna el Ayuntamiento de Valencia, y especialmente Compromís, que es quien pincha y corta, es el de una ciudad festivalera, por decirlo de un modo coloquial y para que se nos entienda, volcada en la celebración de verbenas, pasacalles, charangas, conciertos, carreras populares, patinadas populares, recorridos ciclistas igualmente populares, mercadillos, ferias y todo tipo de actos y eventos al aire libre, englobados en la idea de que la vía pública es un lugar de encuentro ciudadano que hay que potenciar al mismo tiempo que se saca a los coches y se restringe el espacio útil para la circulación de vehículos. El concepto de ciudad turística no gusta a los dirigentes nacionalistas, que han asumido el discurso contra la ‘turistización’ de las grandes urbes. No casa con su ideología ruralista, de exaltación del campo, de la huerta en el caso del cap i casal, de la comarca como entidad natural, de las costumbres y tradiciones de nuestros antepasados. La política de grandes eventos quedó condenada con la crisis económica y enterrada con las elecciones municipales y autonómicas de 2015, con la excepción de la Volvo Ocean Race, que se ha salvado de la quema a pesar de las coherentes objeciones que planteó Podemos a este trato de favor de la Generalitat hacia la capital alicantina. La actividad comercial -la de los pequeños establecimientos- es supuestamente defendida con los obstáculos administrativos a la libertad de horarios, mientras al mismo tiempo se le ponen todas las facilidades del mundo a Amazon y se incrementa el IBI a 5.000 negocios. Muy coherente todo. Y por último, la actividad inmobiliaria y de infraestructuras se boicotea conscientemente (la petición de paralización del proyecto de ampliación de la V-21) o inconscientemente (los retrasos en la tramitación de licencias). En resumen: el alcalde Ribó no quiere que Valencia dispare sus expectativas como destino de millones de viajeros, tampoco está por la labor de favorecer un incremento del número de grúas en viviendas y obras públicas, y no le gustan los grandes proyectos ni los edificios icónicos. Lo que no acabamos de entender es si de verdad piensa que con verbenas, mercadillos de frutas, verduras y productos autóctonos (saludables y sostenibles, eso sí), demostraciones sobre el cultivo tradicional del arroz en la mismísima plaza del Ayuntamiento y otras zarandajas por el estilo va a conseguir recuperar los empleos que se pierden no dando luz verde a nuevos edificios de viviendas, rechazando inversiones extranjeras o paralizando la ejecución de una infraestructura estratégica como la citada ampliación de la V-21.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios