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Cataluña, ante el  dilema del prisionero

Cataluña, ante el dilema del prisionero

Los incentivos para generar un contexto de diálogo son muy bajos. Nadie parece dispuesto a dar un paso al frente, con lo que la consecuencia es que pierde la ciudadanía en su conjunto

EMMA CERVIÑO DOCTORA EN CIENCIA POLÍTICA POR LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID ANALISTA DE AGENDA PÚBLICA

Viernes, 12 de enero 2018, 10:36

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Tras los resultados electorales del 21-D, llega la hora de las valoraciones, que no pueden sino hacerse a partir de las expectativas que se habían depositado en ellas. En este sentido, parece claro que la sorpresiva convocatoria de Mariano Rajoy de unos comicios en Cataluña una vez puesto en marcha el artículo 155 se presentaba, quizás ingenuamente, como el paso necesario para una nueva etapa.

Desde el lado del independentismo se deseaba mostrar que contaban con el apoyo mayoritario de la ciudadanía catalana para seguir adelante con el 'procés', un respaldo que, sin embargo, consideraban que les fue arrebatado con la declaración de ilegalidad del referéndum del 1 de octubre. Desde el lado constitucionalista, por su parte, se albergaba la esperanza de movilizar a esa mayoría silenciosa que por primera vez en mucho tiempo se había visibilizado en las calles y mostrar así que buena parte de la sociedad catalana no persigue el independentismo.

Sin embargo, los resultados de los comicios en términos cuantitativos no han supuesto cambios significativos como para clarificar el escenario. Ambos bloques siguen a la par: en términos porcentuales el independentismo ha obtenido el 47,49% de los votos y el bloque constitucionalista el 52,5%.

Con todo, se han producido algunos matices de interés, pero insuficientes para invertir la situación de manera significativa. El bloque independentista ha registrado un ligero descenso en términos porcentuales (-0,25 pp), pero no como para arrebatarles la mayoría absoluta. De hecho, no puede sino apreciarse la alta fidelidad al procés, no habiéndose producido en ellos signos de agotamiento.

Por el lado constitucionalista se ha registrado un aumento en porcentaje de votos, si bien igualmente insuficiente para formar una mayoría absoluta con la que hacer frente a la troika independentista. El aumento de la participación, el más alto registrado en unas elecciones celebradas en España (81,94%), ha estado por debajo de las expectativas que en términos electorales se esperaban.

Los resultados, por tanto, no permiten establecer un vencedor en términos de bloques ni dar lugar así a un punto de partida nuevo. De hecho, parece más bien que estamos, si cabe, incluso más lejos de una solución a corto plazo.

Y es que el planteamiento de las elecciones como un combate en el que poder hacer una demostración de fuerzas que derribe al contrincante ha dado como resultado el apoyo mayoritario a los partidos que, dentro de cada bloque, han mantenido las posturas más beligerantes a la vez que con posibilidades de ganar (Ciudadanos por el lado constitucionalista) o a los que mejor representaban la defensa de la legitimidad 'robada' (JuntsxCat en el lado de los independentistas).

Podría decirse que el resultado, interpretado a partir de las expectativas generadas, no hace sino producir un sentimiento de fortalecimiento al bloque independentista, ante las claras muestras de resistencia y fidelidad de sus bases que les ha vuelto a otorgar la mayoría absoluta. Ni el rechazo internacional al 'procés', ni el traslado de las sedes de numerosas empresas a otras comunidades, ni que la sede de la Agencia Europea del Medicamento haya sido finalmente adjudicada a Ámsterdam en lugar de a Barcelona, han mermado su respaldo. Por encima de ello, sigue intacto el sentimiento de recuperar su autogobierno y continuar con el 'procés' aún más cuando para ellos el Estado ha dado buena muestra de su carácter opresor (intervención policial el 1-O, intervención política con el artículo 155 e intervención judicial con el encarcelamiento de los principales líderes del movimiento).

El bloque constitucionalista, por su parte, ha quedado anímicamente 'tocado' ante la insuficiente falta de respaldo en un contexto que pensaba que podría favorecerles, dados los efectos nocivos del procés, que ya se estaban manifestando (en términos económicos y de empleo, así como políticos, anulando la capacidad de emprender políticas públicas para hacer frente a las necesidades 'reales' de la ciudadanía). Con todo, el partido vencedor de este bloque, Ciudadanos, ha logrado unos resultados notables, con 11 escaños más que en 2015, haciendo que su progresión desde su creación en 2006 haya sido espectacular. Este partido, pues, se encuentra fuerte y convencido de seguir una línea de oposición dura contra el independentismo.

El peor resultado de estos comicios es pues, a mi entender, el escaso e insuficiente apoyo a los proyectos más conciliadores. Los matices no eran importantes, la demostración de fuerzas sí. De ahí que lo que se ha constatado es que la diferencia entre bloques sigue casi intacta, la composición intra bloque no. Y es ahí donde reside la mayor dificultad de afrontar la nueva situación. El bloque independentista ha ido muy lejos como para renunciar a seguir con el procés. Ciudadanos, por su parte, no puede arriesgarse a desilusionar a sus votantes, y no sólo del ámbito autonómico en cuestión.

Llegados a este punto, el panorama es desolador. Los incentivos para generar un contexto de diálogo son ciertamente bajos. Como en un ejemplo del famoso dilema del prisionero, ninguno va a arriesgarse a dar un paso al frente, con lo que la consecuencia es que pierde la ciudadanía en su conjunto.

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