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CARIÑO A RAUDALES

PEDRO TOLEDANO

Martes, 5 de septiembre 2017, 09:35

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Eso fue lo que recibió Francisco Rivera Ordóñez el pasado sábado de la Ronda de su alma. El pueblo y los amigos así lo quisieron. El primogénito del recordado Francisco Rivera 'Paquirri', había decidido poner fin a su dilatada carrera en los ruedos. Y lo hacía en su plaza, en la Maestranza de Ronda, en el marco que sirvió para modelar el arte de la lidia. Ahí es nada. Y como no podía ser de otra manera, en la Goyesca. Ese espectáculo sin igual que un día creó el irrepetible Antonio Ordóñez, y que, a través del tiempo, se ha perpetuado para mayor gloria de Ronda y del toreo. Así ponía punto -¿y final?-, a una trayectoria de cinco lustros un clásico de las ferias de postín. Magnífico broche a un tiempo en el que la responsabilidad frente al toro pedía dar paso a quehaceres más llevaderos.

No obstante, las despedidas, casi siempre, tienen una carga de nostalgia que suele invadir los ánimos. En las horas previas al paseíllo, en el rostro de Francisco, y también en algún gesto, quedaban reflejados que el giro que estaba a punto de darle a su vida profesional, en esos momentos, no le hacían feliz. A pesar de que había sido una decisión muy meditada, las dudas sobrevolaron, por instantes, la cabeza del diestro solo para recordarle que siempre será torero, que eso es inviolable, aunque se retire uno definitivamente. Después de recibir un auténtico torrente de afectos, al torero dinástico le llegó uno muy especial: el de los toreros que le acompañaron en tan señalado paseíllo. El mejor homenaje que puede recibir un torero es saberse reconocido por sus compañeros. Por eso, cuando El Tato, su apoderado, Diego Ventura, Fandi, Castella, Perera, y su hermano Cayetano, se lo llevaron en volandas camino del bien ganado descanso, Rivera, ya reflejaba en su rostro la satisfacción que le producía saberse querido y con la intima sensación de haber dejado escrita una limpia hoja de servicios. La firmó con la emotiva actuación que tuvo frente al toro de Jandilla, que regaló a unos tendidos esplendidos y rebosantes, para cerrar la tarde y su fecunda carrera.

Un lujo para recordar.

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