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La sombra espera al espigado, blondo y laureado exdeportista que jugó a hombre de negocios aprovechando el matrimonio y el ringorrango de la parentela. Los contactos que manan de las altas esferas unidos a los dirigentes cobistas, esos políticos que no se atrevían a pronunciar un 'no', le procuraron enormes beneficios. El exceso de codicia le concedió sensación de impunidad, hasta que el asunto estalló y entonces la soledad del apestado y el exilio lujoso fueron sus únicos compañeros. Observo melancolía entre las mesnadas de la izquierda radical. Para sus intereses, para promover el lío que tanto les complace, para favorecer el caos que tanto les agrada, no les sirve el entrullamiento del maridísimo porque cuando se aplica la Justicia esto indica que el sistema funciona razonablemente bien. O sea, un desastre para sus aspiraciones. Todos estos años han arreado severa tabarra con la cantinela mentirosa de «el robagallinas va a la cárcel y Undargarin sigue libre». Como si ambos casos se pudiesen comparar. Pero lanzaban un veneno, facilón y eficaz, que se tragaba en las burbujas de las barras de bar, entre el coñac y el cubata, entre las bravas resecas y la ensaladilla de salmonelosis fresca. El discurso de ese sector revolucionario que luego compra casoplones casi tan gallardos como los de la pareja que moró en el mejor barrio de Barcelona insistía en la impunidad del poderoso. Los poderosos, ya sabemos, escapan del estiércol acaso debido a su fina condición. Sí. Que se lo pregunten a los encarcelados durante el tardofelipismo, o a Javier de la Rosa y Mario Conde, o al expresidente de la patronal Ferrán, o a Matas, Granados, González y Bárcenas, o a Blasco y Zaplana. Los neocomunistas yacen, pues, huérfanos de argumentos. Urdangarin al trullo. No importa, la barrila bermellona no cesará.

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