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La bandera, además de dar título a una magnífica novela del pintoresco autor francés con ínfulas de aventurero Pierre MacOrlan, donde aparece por cierto un coronel legionario cíclope y tullido inspirado directamente en Millán Astray, también representa ese pedazo de tela que sirve de símbolo para arracimar las ilusiones de un colectivo. Y la bandera fundacional del Valencia CF ha reaparecido un poco en plan trama de 'Isla del tesoro' de R. L. Stevenson. Cuentan que se ha recuperado mediante un paquete anónimo. Vale, compremos la historia por su perfume literario y no preguntemos sañudos quién la extravió o cómo se perdió; mejor no hurgar entre la cochambre de las bambalinas... Sartre no era muy amigo de las banderas, consideraba que los jefes engatusaban al pueblo con los estandartes para que este derramase gratis su sangre. Algo de razón tenía, el filósofo bizco, pero los pueblos también necesitan los elementos de banderías que aglutinen su sentir frente a los peligros y nunca viene pésimo una dosis de sentimiento siempre y cuando no desemboquemos en el sentimentalismo barato. Ahora, a la bandera del Valencia CF pretenden restaurarla. Preferiría que no. Me gusta cómo luce, o sea devorada por la carcoma de la Historia, mordida por la ventisca de glorias antañonas y deshilachada por la roña acumulada. Aquí restauramos el teatro romano de Sagunto y nos salió un inmenso cuarto de baño de nuevo rico. Y una señora gafotas de buena voluntad restauró un Ecce Homo en su parroquia y consiguió un homenaje al frikismo. La devastación de los lustros otorga barniz elegante a los objetos simbólicos que carecen de valor artístico. La bandera del club mola como está, con esas heridas fruto del menosprecio que, en ocasiones, empañan nuestra pequeña historia de anécdotas que nunca sabemos elevar a categoría de mito.

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