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Observar la majadería ajena me parece una actividad harto gratificante y, en cualquier caso, sorprendente. Cruzarse con un perturbado que masculla un ardoroso soliloquio nos pasma porque esa charla íntima nos despista. ¿Y cómo llegó hasta ese trance esa persona? Nunca los sabremos, tan sólo sospechamos que los rincones del cerebro son frágiles... Estos últimos años hemos asistido a las mamarracheces que estallan en las redes. Gente presuntamente normal padece severos derrapes y escribe barbaridades. El fenómeno, no me negarán, resulta interesantísimo. La concejala Peris, de Catarroja, se faltó con el fallecido matador de toros Victor Barrio. Celebró su muerte. La concejala Peris utiliza palabras como «opresores» y «sistema», lo cual prueba su chaladura o su escasa sesera. Cuando alguien emplea vocablos de ese fuste, no lo duden, estamos ante una persona que no acaba de regir bien. Por un lado, los antisistema que critican el bellaco sistema siempre viven a costa del sistema que pretenden dinamitar, esto no falla. Por otro, nunca muestran síntomas de arrepentimiento, lo cual nos tritura el alma pues supone un ejercicio de talibanismo atroz. El arrepentimiento revela sensatez y deseo de progresar. Arrepentirse equivale a reconocer un mal paso, a enmendar una mala acción. Me causa una honda pena ese personal que, empecinado en su imbecilidad, pletórico de orgullo, jamás se arrepiente pues consideran el arrepentimiento como un error intolerable. Tanta soberbia me achanta. La concejala Peris, gafotas de Chon Lennon y coleta fina anclada en los ochenta, no se arrepiente de su ponzoñosa actitud en las redes. Su empanada mental divaga entre «los opresores» y «el sistema» y su universo jibarizado no le permite evolucionar con elegancia. Atraviesa la senda estrecha del odio y así no hay manera. Una pena.

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