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La primera lección que se enseña a los futuros historiadores es que la Historia, los acontecimientos pasados, no pueden ser juzgados a la luz del presente, bajo nuestro prisma, según las normas del momento actual, atendiendo a los códigos vigentes. Si lo hiciéramos así, ningún personaje pasaría el filtro. Pensemos, por ejemplo, en Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores de la patria norteamericana, ideólogo de los derechos humanos, pensador y estadista, autor de la Declaración de Independencia y tercer presidente. Pues bien, el que es unánimemente considerado uno de los mayores defensores de las libertades civiles tuvo en su finca varios centenares de esclavos trabajando para él. En aquella época -vivió entre 1743 y 1826- era algo normal, a nadie extrañaba. Como tampoco el que supuestamente tuviera varios hijos con una esclava. Visto con nuestra mentalidad de 2017, Jefferson no sólo sería un hipócrita sino un auténtico canalla, pero obviamente hay que analizarlo, o al menos intentarlo, situándose en su momento, la segunda mitad del siglo XVIII y el primer tercio del XIX, y es entonces cuando su figura emerge como la de un avanzado a su tiempo, un pensador que alumbró el camino para futuras generaciones. Vengamos ahora a Valencia y fijémonos en un personaje histórico cuya escultura preside la plaza principal de la ciudad: Francesc de Vinatea, jurat en cap de la capital del Reino de Valencia. Hace poco me enteré que mató a su mujer, a la que al parecer descubrió en flagrante adulterio. Según las leyes y costumbres de la época (siglos XIII y XIV) tenía derecho a hacerlo en defensa de su honor, y vaya si lo hizo. Se entregó a la justicia para ser juzgado y fue absuelto. Pasen ahora esta parte de su biografía por el tamiz de nuestra sensibilidad actual y ya me dirán qué hacemos con Vinatea. Así que mucho ojo con juzgar los excesos del pasado a la luz de o con las lentes de una mentalidad que tras los años de la crisis económica se ha vuelto mucho menos tolerante hacia las alegrías con el dinero. ¿Hacían falta -nos preguntamos ahora- todas esas casas de la cultura, tantas rotondas, había que poner miles y miles de farolas, era necesario que todas las capitales de provincia tuvieran su propia universidad, de verdad había mercado para todos los aeropuertos construidos...? Viajamos en el AVE y al parar en Requena nos preguntamos, ¿cómo es posible? Pero lo fue. Y lo fue porque entonces todo parecía poco, la borrachera fue colectiva, del gasto público y del privado. Y como monumento absurdo de la época queda el esqueleto del nuevo Mestalla en la avenida de las Cortes. El día del Valencia-Barcelona, segundo contra primero, acudieron a Mestalla 47.775 espectadores. No se llenó. ¿A quién se le ocurrió proyectar un estadio para 75.000 almas?

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