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EL PROBLEMA DEL CABANYAL

PABLO SALAZAR

Jueves, 1 de junio 2017, 00:06

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El Cabanyal ya no tiene un problema de obras, de falta de ellas, de inactividad pública, porque, aunque ha tardado dos años, el tripartito que gobierna el Ayuntamiento de Valencia por fin se ha decidido a meter máquinas en algunas de sus calles. Tampoco tiene un problema de ubicación urbana sino todo lo contrario; si bien es cierto que está alejado del centro, de la Ciutat Vella, su emplazamiento entre la playa y los campus universitarios de Tarongers y de Vera le confieren un carácter estratégico, un espacio ideal para estudiantes, parejas jóvenes, profesionales... Su problema, ahora, es de falta de autoridad o, como le recriminaron ayer los vecinos al alcalde Ribó, de cumplimiento de la ley. Tan sencillo como eso, autoridades que no hacen cumplir la legalidad vigente. Pero al fin y al cabo no es un problema distinto al que sufre el colegio mayor Luis Vives o al del incremento de gorrillas e indigentes que se ha registrado en los últimos meses. Es todo víctima o producto de lo mismo, de ese nocivo buenismo que caracteriza a cierta izquierda radical y antisistémica que identifica a la policía con una fuerza represiva y poco menos que antidemocrática, en lugar de comprender que el ejercicio de la legítima defensa para proteger a los ciudadanos es una de las características del Estado de derecho en una democracia. Son los mismos que hablan alegre e irresponsablemente de «desmilitarizar» la sociedad y que en cuanto pueden apartan al Ejército de los actos festivos o de las ferias y actividades lúdicas dirigidas a los niños, como si la mera presencia de los soldados fuera algo perverso y tóxico. Ese buenismo ultraizquierdista y anarquista es el que impide ordenar a la policía determinadas intervenciones que reclaman los vecinos o los comerciantes. Mientras estos piden mano dura contra el 'top manta' o los gorrillas, desde el ayuntamiento se está en otra cosa. Si los conductores y los peatones exigen que las bicis cumplan las leyes como los demás, el concejal de Movilidad se dedica a saltarse un semáforo en rojo aprovechando una normativa a la medida del colectivo que a él le interesa, el de los ciclistas. Y si los residentes de toda la vida en el Cabanyal -como Faustino Villora- se dirigen al alcalde para solicitarle, casi rogarle, que ponga coto a la marginalidad y la okupación de viviendas, éste sigue andando con gesto hosco, visiblemente molesto, contrariado al ver que un representante de Salvem el Cabanyal -el movimiento que se enfrentó a Rita Barberá y que consiguió su propósito de parar el proyecto de prolongación de Blasco Ibáñez- se enfrenta a él, le replica y le hacer ver que sólo con máquinas excavadoras no se va a arreglar su barrio. El Cabanyal ya no lucha contra un plan urbanístico sino contra la falta de autoridad.

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