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PERIODISMO (II)

Los aspirantes a convertirse en periodistas han de tener muy claros los fundamentos de la profesión para evitar que esta se convierta en un circo

JOSÉ RICARDO MARCH

Lunes, 29 de mayo 2017, 00:49

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Asisto el viernes al emocionante acto de graduación de mis antiguos alumnos del IES Cabanyal. Constato en cada apretón de manos y cada beso, en cada abrazo, en cada palabra, que el afecto de los chicos y sus familias se mantiene intacto a pesar del tiempo transcurrido desde que nuestros caminos se separaron. También por mi parte. Mientras los estudiantes van desfilando en dirección al estrado para recoger su orla siento un indisimulado orgullo y una enorme satisfacción. Al final, todo desemboca en una sensación de plenitud al comprobar cómo tres decenas de muchachos (mi Lucía, mi Isabel, mi Laura, mi Guillermo, mi Patricia y el resto de mis chicos y chicas) abandonan entre aplausos la comodidad y seguridad del instituto para adentrarse en una nueva etapa estudiantil y vital, tan estimulante para ellos como diferente a lo que han vivido hasta ahora.

En un aparte, Marta se me acerca y me comenta que, tras alguna vacilación, ha decidido estudiar Periodismo. Le contesto que me alegro, aunque con ciertas reservas, motivadas básicamente por el estado de la profesión. El panorama, no nos engañemos, no es alentador, por muchas milongas que nos cuenten. En la Comunitat hay cinco universidades con grados en Periodismo o Comunicación Audiovisual que lanzan al mercado laboral sin paracaídas a cientos de aspirantes cada año. No hay, desafortunadamente, mercado suficiente para tanto graduado. La profesión, además, se ve atenazada por la precariedad laboral (sueldos bajos, horarios imposibles), el intrusismo laboral y las malas (a veces pésimas) prácticas de algunos de los ejercientes. Estos últimos son a día de hoy, para nuestra desgracia, los que marcan tendencia.

Cuando Marta desaparece para unirse a sus compañeros en la fiesta posterior a la graduación pienso que será capaz de sobreponerse a todo eso. Estoy seguro. Es aplicada y responsable. Piensa y escribe con lucidez y tiene una envidiable capacidad analítica. Así que, en el peor de los escenarios, tendrá cuerda suficiente para salir adelante reinventándose, tal y como han hecho tantos compañeros afectados por la crisis o hastiados del periodismo y sus miserias. Creo que el oficio necesita la inyección de savia nueva y talento que gente como ella, nacida en los albores del siglo XXI y perteneciente, pues, a una generación que mira de una manera diferente a la vida, puede darle.

En el futuro Marta no se decantará, salvo sorpresa mayúscula, por la prensa deportiva. Sí lo hará Álex, otro de sus compañeros de clase, que lleva contando goles y soñando con los micrófonos desde que era un crío. Álex condensa muchas de las cualidades que son necesarias para ejercer en las secciones deportivas de los medios de comunicación. Buena prosa. Buena dicción. Capacidad de trabajo. Versatilidad. Conocimiento del mundo del deporte y sus rutinas de primera mano. Y, sobre todo, una ilusión desbordante por llegar.

Álex sabe (así se lo vengo repitiendo desde que lo conozco) que hay dos caminos en el mundo de la prensa (deportiva). Por un lado, el de la excelencia. Por otro, el del fango. El primero representa la vía difícil y de mayor desgaste en el acceso a la profesión pero es, al mismo tiempo, el modo de actuación más satisfactorio. Consiste en mantenerse fiel a los principios del periodismo aprendidos en las aulas. Básicamente, que la nuestra ha de ser una profesión que vigile, controle y denuncie, no que adule ni busque nada a cambio de apoyos ciegos. Sabe, además, que el periodismo (deportivo) excelente ha de dar ejemplo, cívica y lingüísticamente, y ha de ofrecer la pausa necesaria para el análisis y la crítica en una época dominada por la inmediatez y la verborrea de las redes sociales.

Esta verborrea señala el segundo camino de actuación en la profesión. El sencillo. El que identifica ascenso laboral con pisoteo de cabezas ajenas. El que practica algo muy lejanamente emparentado con el periodismo entre gritos e insultos. El que se halla en permanente estado de beligerancia utilizando la amenaza como arma. El que cambia de chaqueta sin recato. El que trata de esconder sus carencias a todos los niveles con ampulosas demostraciones de autoafirmación, con populismo y personalismo en dosis industriales. El que monta un circo cada día para llenar desesperadamente páginas en blanco, horas de televisión y de radio. Es, por supuesto, el que desean los que odian el periodismo. El que reina en las redes sociales y los malos medios. El que no enseña nada. Corrijo. Sí enseña algo: todo lo que no es el periodismo.

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