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Mónica, ¿quién te puso Salvaora?

Mónica, ¿quién te puso Salvaora?

Acreditado está que Oltra sabe hacer política pero el caos en los centros de menores cuestiona sus capacidades ejecutivas

Julián Quirós

Martes, 23 de mayo 2017, 09:58

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Publicado en la edición impresa del 21 de mayo de 2017.

Pasó de ser la pasionaria tuitera de Les Corts, contra Camps, contra Fabra y todo el PP. Recuerden: dignidad, camisetas, ira, efecticismo... Pasó de todo eso a sentarse en el trono de la Generalitat autoasignándose el papel de gran benefactora («mientras yo esté los niños tendrán voz», dijo el viernes). Un trasunto de Evita Perón ajustado a la cosmología compromisera. Se quedó con las políticas de igualdad, con los servicios sociales, con los planes de dependencia, con los necesitados diversos en sus diversidades, lo que hoy llamamos exclusión y en la Valencia de siempre conoceremos por desamparados. Oltra pretende portar la corona de espinas en nombre de los desamparados; y que cada cual enlace las metáforas según su imaginario. Es algo que le ocurre a Podemos, pero sobre todo se nota en Mónica Oltra. Los pobres son suyos. De nadie más. Ojito al que no lo entienda. Recela de Carmen Montón por si pudiera restarle algo de ese fulgor desde la conselleria de Sanidad. Y choca con la Iglesia por ser su mayor competencia, después de tantos siglos de obra solidaria.

Los pobres son suyos. Son su móvil y su bandera. Y su palanca. Oltra, sin lugar a dudas, es el mayor animal político de hoy en la Comunitat. Tiene un instinto de poder elevadísimo y una gran pegada en la calle. Salvando distancias, ideologías y valores personales, Oltra en términos de biotipo político es lo más parecido a lo que fue Rita Barberá durante lustros (esto es tan cierto como cuánto les molestaba a ambas la comparación). Las adversarias más irreconciables disfrutaban de cierta morfología común, sobresaliente respecto a las medianías habituales. Acreditado está que Oltra sabe hacer política, Compromís no habría llegado a nada sin ella, pero ¿sabe también gobernar, administrar, gestionar una organización y un equipo de gente? Su último patinazo a cuenta del caos en los centros de menores, el mayor traspié en dos años, pero no el único, hace pensar que las capacidades ejecutivas de Mónica Oltra quedan muy por debajo de su demostrada habilitad para la batalla partidista. Gestionar los recursos públicos, con acierto, diligencia y austeridad, resulta muy distinto a las peleas de gallos de Les Corts o la oratoria sagaz de los platós de televisión. La lógica del titular periodístico, del tuit, o la pólvora de la rueda de prensa, pueden ser muchas veces incompatibles con la gestión sensata de una administración.

Oltra no parece capaz de gestionar además de hacer política, o no percibe las diferencias entre ambos campos de acción, o bien las percibe y le da igual. La política son promesas ilusionantes, la gestión se mide en resultados. Como la catastrófica polémica de la semana. Buscando ser la gran benefactora o una Evita Perón compromisera, Oltra se precipita a otras semejanzas valleinclanescas o de vodevil, con escenarios de cartón, como aquella Salvaora de la copla, aquel lamento gitano y pasional de la posguerra: «quien te puso salvaora / qué poco te conocía / ... / a ver cuándo suena la hora / que las intenciones / se le vuelvan buenas». Valga el rescate nostálgico de este arcaísmo del franquismo sociológico, en blanco y negro. Resulta entrañable volver a ver en Youtube a la gran Lola dando vueltas, como un felino, culebreando con las manos, con la cintura, con los ojos, y su taconeo de martillazos contra un inmenso Manolo Caracol, colérico, desesperado y algo simplón por los dolores propios de la pasión irracional. También la política genera pasiones irracionales o infundadas, o falsos salvaores. (Y esperemos que las nuevas ordas de la ortodoxia sepan perdonar este recuerdo transgresor de micromachismo latente; no debemos ceder tan fácilmente nuestra memoria cultural a la policía del pensamiento de cada época. Si algo fue Lola Flores fue ser una mujer libre en una España sin libertades y si algo hizo Caracol fue proclamar un adulterio fingido en los teatros y un adulterio real por todas las plazas de un país bien pensante).

Volviendo al hilo de nuestra eventual Salvaora, cabe destacar la marrullería con la que ha sobrellevado la polémica de la semana. Si no fue marrullería, estamos ante simple incompetencia. Oltra anuncia en rueda de prensa el traslado de 22 menores de un centro de Segorbe tutelado por unas religiosas por supuestos castigos físicos y mala alimentación («poca comida y caducada»). Decisión tomada a raíz del informe de un inspector y llevada a cabo con diligencia. Con voz tronante y en clave política acusa a las monjas de desvío de fondos y a los predecesores del PP de desidia. El centro lo niega con rotundidad y numerosos testimonios de profesionales y afectados se ponen de parte de la entidad religiosa. Ya con la tormenta encima, aclara la vicepresidenta que estamos ante indicios y sospechas. Pero los niños son lo primero, asegura. Estamos totalmente de acuerdo. Los niños son lo primero. Se acusa a la conselleria de precipitación y alarmismo. En su día se sabrá, de momento ni siquiera se ha dado a conocer el expediente. En todo caso, hubiera parecido más lógico que a raíz de un informe con meros indicios, antes de poner a 22 chiquillos en situación de máximo estrés, hubiera desembarcado en el centro el séptimo de caballería, un batallón de funcionarios para investigar a fondo la situación real, corroborar los hechos y actuar en consecuencia y con la contundencia debida. No ha sido así: primero se provoca la explosión y luego se estudia el parte de daños. Como la propia Oltra funciona conforme a indicios y sospechas, los demás podemos sospechar por igual. La decisión de Oltra llega después de las quejas de los centros por el retraso acumulado en los pagos. Una vez que el centro de Segorbe, concertado, tiene todo el foco encima, la conselleria resuelve cerrar un centro público por el mal estado de sus instalaciones. De tapadillo. Luego se hace público que la conselleria tenía cinco informes del Sindic de Greuges sobre las deficiencias del centro de Monteolivete y otros dos de la mismísima fiscalía de menores. La conselleria tenía atascado un asunto que le ardía encima; más de un año sin atender las alertas de los fiscales, con el añadido de un asunto de abusos sexuales en investigación. Una doble vara de medir clarísima. ¿Ha utilizado Oltra el centro de Segorbe, ajeno a ella, para tapar el escándalo mayor del centro de Monteolivete, de su incumbencia directa? No lo sabemos, pero como analizamos conforme a indicios y sospechas son preguntas que toca hacerse.

Este asunto pide a voces una comisión de investigación en Les Corts. Por lo demás, no es el primer contratiempo de Mónica Oltra. La Intervención de la Generalitat ha efectuado más de un centenar de reparos a los expedientes de la vicepresidenta. La mayoría parlamentaria le ha servido para excusar explicaciones en Les Corts, por ejemplo con aquel timo del millar de plazas inhábiles que ofertó para acoger refugiados. La bolsa de dependientes sin ser evaluados sufre la misma indolencia que ella denunció respecto al PP. Provoca fugas de altos cargos tensionados; Rosa Aragonés (secretaria territorial de Igualdad), Sandra Casas (su exnúmero dos), Carmen Vila (exdirectora de la Abogacía de la Generalitat). Presiona a la mesa de Les Corts con quejas del conseller Alcaraz para que un poder autónomo del Consell evite las críticas a la vicepresidenta, cuando su función es justamente esa. No extrañan pues las crecientes especulaciones de su grupo sobre la fecha en la que Oltra preferirá abandonar la gestión de la conselleria para centrarse exclusivamente en su perfil político. Lo que se le da bien.

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