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Allí, tan solo

JUAN GÓMEZ JURADO

Sábado, 20 de mayo 2017, 02:06

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Cuando era un niño, todos los altavoces de los radiocassettes, de los bares, de los televisores pregonaban la canción de una rusa que se llamaba Laika. Una perrita muy normal a la que metieron en un cohete entre risas y champagne, dejando en la Tierra un animal menos y en el cielo una estrella más. Recuerdo llorar a moco tendido cuando mi padre me explicó la historia verdadera de aquella perrita callejera, a la que habían lanzado a dar vueltas en torno a una bola de color. Laika murió, lo supimos en 2002, tan solo unas horas después del lanzamiento, pero durante veinte años todos pensábamos en Laika orbitando durante días, comiendo de su plato y mirándonos por la ventana, desde una distancia de la que no podría regresar nunca.

Hoy me he levantado pensando en Laika, sin saber por qué. Y al instante la radio -la vida tiene algo de mágico, en ocasiones- me ha recordado la odisea de Opportunity, el robot Rover que aterrizó en 2004 en Marte. Llegó para estar tres meses, noventa días terrestres, el tiempo máximo de vida que le conferían las expectativas más optimistas. Llegó para observar, tomar muestras con sus primitivas herramientas, para contarnos qué hay ahí arriba, en el lugar al que quizás un día tengamos que mudarnos porque este lo estamos dejando hecho unos zorros.

Contaban con 90 días. Este mes, Opportunity cumple con 150 meses de trabajo, un auténtico milagro. 69 de esos meses ha explorado el cráter Endeavour y sus cercanías, y después partió en dirección a la nada, al conocimiento, a todo. Busque en Internet las fotos que ha enviado, el mapa que muestra su recorrido. El paisaje, desértico, muda en sus colores del rojo terroso al amarillo desvaído de un cielo en el que todo son ausencias. No hay nada allí que encontrar, dicen algunos. No hay vida, no hay agua, no hay recursos que merezcan la pena ser explotados para nuestro beneficio. Estéril es el terreno como inútil el esfuerzo. Pero allá arriba, Opportunity es como un anciano que se afanaba al borde del camino. Pasó el rey montado en un corcel y preguntó qué hacía. «Planto nueces, mi señor», respondió el anciano. El rey se escandalizó de que un hombre tan anciano dedicase sus últimos días a una tarea tan ardua. «Los nogales tardan casi treinta años en dar frutos, viejo. ¿No te da pena dedicarte a plantar un árbol cuyas nueces no has de comer?». El anciano se encogió de hombros y dijo «Afortunadamente, majestad, vuestro abuelo no pensaba como vos. O nunca habríais probado las nueces». Y le dio la espalda al rey obtuso, para seguir, con una condena a muerte sobre sus espaldas, ayudando a construir un mañana. Como esa rusa que se llamaba Laika, o ese robot que ya debía haber muerto hace doce años y que sigue haciendo girar sus ruedas. Allí, tan solo.

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