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VORO EN EL PALCO

MIQUEL NADAL

Domingo, 14 de mayo 2017, 23:59

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La suerte de las organizaciones, y las entidades futbolísticas lo son, suele depender del equilibrio en los espacios sobre los que proyectan su actividad. El equilibrio no es más que la garantía de que los acontecimientos, salvo fuerza mayor, se desenvolverán con una cierta lógica, de acuerdo con la previsión marcada de antemano. Yo por eso soy un decidido partidario de las personas que en su ejercicio profesional apuntan simplemente al aprobado alto. Nunca defraudan las expectativas. Frente a aquellos que un día destacan por lo excelso de sus aportaciones y otro se dejan llevar por la inercia y la melancolía, hay un tipo de profesional de esos que uno siempre quiere tener a su lado, porque asegura que los dictámenes salgan con cierto lucimiento, que los periódicos se puedan leer, que los debates parlamentarios respondan a la dignidad, que los muros y tabiques de las obras no se levanten de cualquier manera, que servir un café no sea ni una manifestación de guía Michelin, ni arrojar una taza a la mesa con malos modos. Es la profesionalidad, la urbanidad, el respeto por el trabajo, la preocupación por los demás y no el cuánto valgo, que hace que se levanten y bajen las puertas metálicas de las empresas, funcionen los registros, gracias al trabajo que no se proclama, sin necesidad de medallas ni insignias de oro y brillantes. La sociedad, en eso, solía ser sabia. La urbanidad siempre se caracterizó por una imprescindible hipocresía, de saludar sin necesidad de derramar los sentimientos hacia los demás, y por el innecesario reconocimiento de los méritos, que ya cansa. Hay una inflación, egoísta, de reconocimiento forzado. Por eso a mí me gusta tanto la discreción distanciada de Voro, de esas de estudiante que dice antes del examen que no sabe si va a aprobar, y acaba siempre en el boletín de las notas rozando el notable. El banquillo, el césped, la grada y el palco son los cuatro escenarios desde los que se construye el cuadrilátero de los equipos de fútbol. Hay cuadriláteros sensatos y alocados. Voro ha proyectado la sensatez en el césped y en el banquillo. Probablemente no pueda continuar en esos dos puntos. Pero hay otros dos. De la confluencia entre la grada y el palco depende el inicio de un nuevo ciclo de ilusión en Mestalla, y pocas personas podrán proyectar tanto equilibrio como Voro. El papel es evidente y crucial. No sé cómo se llama el cargo, o la figura, o el lugar en el organigrama, pero Voro tiene que estar en el futuro del Valencia. El Diccionario de la RAE define al comodín como la «persona o cosa que sirve para fines diversos, según la conveniencia de quien dispone de ella». Yo lo quiero en el palco. Asegurando la inercia del aprobado alto de nuestro futuro. No me venderá humo.

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