Borrar

Dulce estafa

FELIPE BENÍTEZ REYES

Sábado, 13 de mayo 2017, 00:42

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Las informaciones que nos ofrecen son imprecisas, en especial en lo que se refiere a los detalles, pero el asunto resulta escalofriante se mire por donde se mire, e incluso si se mira a bulto: en un pueblo de cuyo nombre no voy a acordarme han detenido a una señora por estafa. «¿Y qué tiene eso de especial en un país en que los estafadores son una enseña patriótica?», se preguntarán ustedes. Pues que la estafa practicada por esa señora no consistía en otra cosa que en ofertar por Internet carritos decorados con kilos y kilos de chuches, con el reclamo tentador de animar a lo grande las celebraciones infantiles, partiendo sin duda de algún estudio de mercado que ratifique la sospecha generalizada de que la agenda social de nuestros pequeños puede equipararse a la de las principales casas reales europeas. «¿Y qué hay de malo en ofertar golosinas a través de la red?». Pues lo cierto es que, dejando al margen el criterio de los odontólogos, nada. El problema venía cuando, previo pago, le contrataban una carretada de glucosa para alegrar un cumpleaños o una primera comunión, pues entonces el asunto, en vez de endulzarse, se amargaba amargamente: las chucherías no llegaban jamás, y cabe suponer que los progenitores estafados tenían que acudir a un kiosco de guardia para surtirse de golosinas, por el riesgo de que los niños, al verse privados de sus sustancias estimulantes, montaran una especie de revolución francesa en el jardín.

No quisiera invadir el territorio específico de la abogacía, pero creo que esta señora tiene una línea de defensa muy clara: proclamarse una activista anticaries. Transformar lo de la estafa colectiva, en fin, en un acto de concienciación colectiva, con lo que no sólo saldría ganando su reputación como ciudadana, sino que además respetaría al pie de la letra la pauta a la que recurren nuestros políticos cuando los sorprenden con las manos en la masa o con la masa entre las manos, ya que en cuestiones de corrupción el orden de los factores no altera el producto.

Por fortuna para el orden social, muchos de nuestros gobernantes han conseguido acostumbrarnos a que las prácticas corruptas formen parte de nuestra vida cotidiana, y nunca podremos agradecerles lo suficiente el que amanezcamos con la emoción de enterarnos de qué nueva aventura delictiva nos revelará la prensa al poco de haber salido nosotros de la función surrealista de los sueños para incorporarnos al teatro del absurdo de la realidad.

Tal como están las cosas, la estafa de las chucherías parece un chiste, pero, desde un punto de vista catastrofista, puede interpretarse como un signo apocalíptico: si el crimen se extiende al ámbito de los gusanitos, de las piruletas y de las gominolas, es que a nuestra civilización le quedan tres días. Eso sí: la caries perderá poder entre la población infantil. Algo es algo.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios