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INTERNACIONAL POPULISTA

PABLO SALAZAR

Jueves, 11 de mayo 2017, 00:35

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El partido francés amigo del de Pablo Iglesias, el de Mélenchon, se retrató cuando descartó pedir el voto para Macron. Mientras socialistas y conservadores tuvieron claro que había que parar como fuera a Le Pen, los antisistema, los anti Unión Europea, dejaron claro con su actitud que para ellos, para su particular imaginario, es lo mismo una dirigente de extrema derecha que un liberal que pretende reformar el Estado del bienestar para procurar y garantizar su mantenimiento, no para desmantelarlo. Por responsabilidad, los partidos democráticos reclamaron el voto para el ya elegido presidente de la república. Hay un elemento común en todos los movimientos populistas que se han abierto un hueco electoral gracias a la crisis de los partidos tradicionales y es la inexistencia de matices en su discurso. El que no está conmigo está contra mí. No puede sorprender a nadie que los diputados podemistas se nieguen a cualquier tipo de condena del régimen de Maduro, ni siquiera a pedir la libertad de los presos políticos encarcelados en aquel país. Hay que volver a bucear en su subconsciente colectivo para entenderlo: Iglesias y sus muchachos han construido una historia de buenos y malos, en la que los chavistas son los protectores del pueblo, de los desheredados, los parias de la Tierra, mientras la oposición sólo representa a la oligarquía que gobernó y arruinó Venezuela hasta la llegada del mesías Hugo Chávez. No hay término medio, no hay resquicio para admitir los errores de un régimen degenerado y cada día más dictatorial y sanguinario. Como no los hay en Le Pen o en Farage respecto de la Unión Europea, que es vista como el maligno, sin reconocer la enorme contribución que el proyecto comunitario ha tenido a la mayor etapa de paz y prosperidad del viejo continente. Y pese a lo simple de estos planteamientos y a las evidentes trampas que contienen, Podemos sigue recabando casi el 20% del voto de los españoles, según la última encuesta del CIS, un respaldo inaudito para una formación que cada día más se muestra como una Izquierda Unida con otros líderes, un Partido Comunista 2.0. En su discurso lineal y sin concesión a los tonos grises, el contrario no es un diferente, no es 'otro', ni siquiera es un rival, sino que abiertamente es el enemigo. Y al enemigo conviene aniquilarlo, no darle cuartel, atacarlo sin tregua. Tan preocupante como su radicalismo es que los líderes de los partidos tradicionales traten de superar su crisis copiando el modelo, sumándose a la moda, imitando actitudes, repitiendo el relato esquemático de blanco y negro. Entre el programa de Pedro Sánchez y el de Pablo Iglesias hay notables diferencias, pero el primero trata de parecerse cada vez más al segundo. De hecho, ya hasta levanta el puño y canta La Internacional.

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