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Corrupción en familia

DIEGO CARCEDO

Miércoles, 3 de mayo 2017, 00:20

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Puestos a corromperse parece que es mejor en familia. Viendo lo que estamos viendo, alguien acabará sentenciando que familia que se corrompe unida permanece unida. Lo que cada vez está menos claro es dónde, si en su casa o en algún ala de la prisión de Alcázar del Real. Los apellidos de la delincuencia pública propenden a coincidir, en muchos casos transmitidos de padres a hijos, en otros unidos por lazos fraternales sin faltar los que generan las nuevas incorporaciones a título de yernos, esposas o maridos.

Al lado de bastantes condenados hay un allegado, o allegada que no se me pase, que ha cooperado con sus tejemanejes fiscales, cuentas en el extranjero, prestación de identidad, en fin. hasta percibiendo beneficios a título de sopa boba sin poner nada de su parte. Lo cierto es que la institución familiar se está viendo cuestionada por los ejemplos de corrupción compartida entre progenitores, vástagos y allegados.

El caso más actual es el que se centra en torno a Ignacio González, a quien no le queda nadie de confianza en libertad para que lleve un paquete de cigarrillos a la cárcel. Su hermano Pablo comparte reclusión con él, su mujer está siendo investigada, lo mismo que su hermana parlamentaria, su cuñado en libertad bajo fianza y hasta su pobre padre, recluido en su piso por prescripción judicial gracias a sus 92 años de edad.

Pasa algo parecido con la familia Ruiz-Mateos, tan proclive a los avatares delictivo-financieros. Don José María, el patriarca de los escándalos, ve alterado su descanso eterno con incursiones indiscretas en su tumba a fin de que la Justicia consiga esclarecer si años atrás se ejercitó en el arte de la doble moral alternando su religiosidad con canas al aire susceptibles incluso de haber incrementado ilegítimamente su prole doméstica, ya de por si numerosa. Mientras tanto, cinco hijos legítimos, herederos de las estafas 'rumasianas' entran y salen de los centros penitenciarios como Pedro por su casa.

No menos paradigmático de la promiscuidad familiar en el mundo de los negocios ilícitos a la sombra del poder es el caso de los Pujol Ferrusola que durante años y años esquilmaron en personal beneficio a la sociedad catalana y, de rebote, a la española en general. El patriarca, don Jordi, su esposa y sus hijos supieron aprovecharse como nadie lo ha hecho mejor, de la confianza política que el ex honorable se había ganado entre los suyos y la influencia que sus trapicheos le había granjeado en Madrid.

Tres modelos, entre tantos como existen o se sospecha que puedan existir -que mientras la UCO investiga, los fiscales titubean cómo acusar y los jueces sentencian-, tiene ya garantizado un triste reconocimiento como el trio que, de momento, encabeza en España el record familiar y bien avenido de la corrupción pública. Reconocerlo así también es de justicia, al menos periodística.

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