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El mérito es del de la cámara

Vicente Lladró

Sábado, 29 de abril 2017, 10:13

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Te presentan en la pantalla al aguerrido explorador, tan valiente y arriesgado, capaz de encaramarse por peñascos llenos de peligro, que te ponen los pelos de punta, porque tú no te verías ni a la milésima parte. Y con la piel de gallina, entre exclamaciones que lanzas, casi acompasadas con los jadeos que llegan del altavoz, admiras tanta valentía. Y aún va a más tu asombro cuando son varios los escaladores, o espeleólogos, o paracaidistas, o cualquier otro tipo de deportistas o aventureros, los que muestran sus espectaculares hazañas, inverosímiles desde nuestra acomodada pasividad, insólitas para quienes tememos mareos con sólo mirar al vacío desde la azotea de un primer piso.

Quedamos pasmados ante la tele que nos deslumbra con atletas tan preparados que son capaces de sacar sus botas hundidas en la nieve a cada paso, montaña arriba, cargados de peso a la espalda; sujetándose con cuerdas, sí, pero a ver quién es el guapo que se pone en tales vericuetos, levantando los pies con tanto esfuerzo, cientos de veces, miles, y de vez en cuando explicando sobre la marcha cómo va el asunto, mirando a la cámara, que les enfoca desde arriba para transmitir en toda su crudeza el sacrificado empeño.

Y entonces caes en la cuenta, de repente, que el mérito mayor es del de la cámara, el que no sale para nada y ha tenido que ir por delante, subir antes y más arriba, o ponerse en lugar más difícil y peligroso para poder captar con todo realismo a los protagonistas del programa, a quien tomamos por héroe admirable, y además ofrecernos el espectáculo de sus imágenes con dosis de dramatismo, a ser posible.

Caray -pensamos-, mira qué precipicios, o qué cerca les ha pasado ese alud, o qué aguas tan peligrosas para meterse en mitad de la corriente, o qué enfurecidos parecían esos leones, o qué cerca se pusieron de la manada de elefantes, a punto de estampida. Y lo rumiamos, llenos de admiración, por los intrépidos personajes que aparecen en los planos, rendidos ante su audacia.

Sin embargo, no hay duda de que muchísimo más mérito acarrean otros en todos los frentes, aunque quedan en el lado oscuro, casi anónimo, el que no sale, donde están quienes llevan las cámaras; quienes no sólo están en el mismo lugar, como mínimo, sino que por lo común, han de ir más por lo alto, o más abajo, o hundiéndose más, o lo que sea, pero sufriendo más que los otros, y encima sin las manos libres, cargados con aparatos y cables para encantarnos con aquellas peripecias.

Así que cuando vean en un documental que alguien sudoroso se les acerca en medio de la pantalla, en medio del desierto, sin nada alrededor, sólo el polvo que levantan sus pies y unas cuantas piedras que aún no se han derretido; si la empatía les lleva a sufrir por la sed bíblica que debe acarrear el personaje, deténganse un momento para maravillarse del oficio y la dedicación del de la cámara, que llegó antes y está más rato esperando la botella de agua.

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